Historia de Sangre ©2007 Jorge Araya Poblete
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Capítulo II: CazadorYa llevaba cerca de diez años viviendo en la losa. Su choza se había transformado en una casa de gruesos troncos, con las comodidades suficientes para cualquier depredador. Ya había olvidado su lengua, pues no tenía con quién hablar, y su familia era un cúmulo de imágenes tan vago como el sueño del paraíso de los guerreros. Si bien es cierto recordaba que había animales similares a él, no significaban nada más que potenciales presas o enemigos.Sus incursiones de cacería eran todas de noche y todas victoriosas. Su dieta era estricta: animales crudos, su carne y su sangre. No necesitaba, como otras bestias, de buscar agua para beber o diversificar su alimentación. Sus presas le daban todo lo que él necesitaba. Y cada vez era más y más fácil cazar: había crecido con rapidez, sus músculos eran gruesos y poderosos tal como sus dientes. Su boca estaba levemente deformada para dar cabida a trozos más grandes de carne, y sus colmillos se habían desarrollado de un modo tal que eran lo suficientemente grandes como para alejarlo de la definición de humano (lo que para él no significaba nada). Día a día su apetito crecía junto con su envergadura. Ya no cazaba felinos ni animales pequeños: necesitaba presas grandes para saciarse, y cada vez el hambre volvía a él en menor tiempo. Y su habilidad para cazar había provocado un efecto devastador en el área circundante: los animales ya no se reproducían a la velocidad necesaria para reemplazar a sus presas, y muchos de los que se salvaban de sus incursiones migraban lo más lejos posible para lograr mantener las especies en el tiempo. Los había intentado seguir, pero se alejaron demasiado de la losa y su casa. Al parecer la única alternativa posible era buscar otro tipo de presas en las cercanías de su hogar…Esa noche era la noche decisiva. Se alejaría un poco más de su refugio a ver qué podía encontrar para comer que no migrara tan rápido y lo mantuviera satisfecho por más tiempo. La oferta que la naturaleza le daba era sólo más de lo mismo: el problema es que su olor era señal de alerta para las manadas, y eso lo llevaba a llegar casi siempre tarde, o a correr y a acechar demasiado para obtener escasas recompensas. Por lo tanto dejaría por esa noche a las manadas de costumbre, e intentaría ver si más allá había algo más para él. Cerca de la medianoche sus pasos lo guiaron hacia una villa. Sus casas eran más elaboradas que la de él, pero cumplían el mismo cometido. Había caminos aplanados, algunos con piedras ordenadas en filas en el suelo. Se veía claridad dentro de algunas casas. Inclusive unas pocas casas no eran de troncos sino de piedras… pegadas una sobre otra y una al lado de la otra, de bordes rectos para generar más contacto entre ellas… esas piedras le recordaron su piedra… y a lo que había venido. Agazapado en uno de los muros sólidos de la gran casa, esperó pacientemente la llegada de comida. De pronto, un extraño y altísimo animal sale de dentro de la casa de piedra. Al pasar frente a una antorcha, sus recuerdos de niño se asomaron: era un animal similar a él sobre otro de cuatro patas, como los que tenía su padre… y el animal que iba arriba era de la misma clase que su padre y que él mismo. Estaba algo desconcertado: era obvio que el animal grande de abajo tenía más carne y más sangre, y que por su naturaleza ofrecería menos resistencia que el animal de su clase… pero su instinto, ese que lo había mantenido vivo tantos años, le decía que probara con el animal más pequeño, el de su clase…Luego que ambos animales se hubieron alejado de la casa de piedra, y llegaran a los límites de la villa, el joven depredador se dispuso a probar suerte. Ágilmente montó un árbol, y cuando jinete y caballo pasaban bajo él, se lanzó violentamente sobre el primero. Si era un animal de su clase, debía tener una fuerza descomunal y ofrecer una batalla digna: esa noche definitivamente necesitaría de su piedra sanadora… pero el animal cayó bruscamente al camino y no se paró más. Tal vez éste era débil, o estaba enfermo. Con alegría notó que seis o siete de los mismos vieron su ataque y fueron en ayuda del caído. Llevaban fierros largos y delgados en las manos, como los que su padre tenía para defenderse; ahora sí habría batalla. Nuevamente usando su rapidez y su fuerza se abalanzó sobre el grupo… y en ese embate acabó con la vida de tres de un solo golpe, mientras los otros tres o cuatro huían despavoridos… ahora tenía cuatro cadáveres para decidir qué hacer. Tomó al primero y le dio una gran mascada: el sabor era distinto al de los carnívoros que él frecuentemente cazaba, mucho más agradable, hasta la sangre era diferente. Pero lo que más le agradó era la sensación de saciedad: luego de engullir sólo a ese, estaba satisfecho. Algo había en esa carne y esa sangre que nutría más que las otras; al parecer había encontrado una nueva fuente alimenticia, más fácil de cazar y más llenadora. Mientras terminaba de saborear los huesos, tomó los otros cuerpos, los cargó sobre sus hombros e inició el feliz retorno a su losa…