La muchacha terminaba de preparar el rito. Después de un par de años de ardua preparación había conseguido todo lo que necesitaba para encomendar su alma a los seres del mal y convertirse en un ser inmortal. Todos los sufrimientos que había padecido por el hecho de ser, pensar y sentir diferente estaban por acabar de una sola vez. Estaba sólo a dos etapas de empezar una nueva vida, de esplendor, fuerza ilimitada, invulnerabilidad… y venganza.
Desde pequeña había sido una niña retraída, y algo alejada de lo que la sociedad define como normal para una niña. Nunca le gustaron las muñecas, y todas las que recibía de regalo terminaban guardadas en una caja de cartón que se hacía día a día más pequeña de tanto recibir nuevas huéspedes. Odiaba la ropa de colores y aquella llena de adornos: mientras más austera y opaca la tenida, más cómoda se sentía. No entendía la obsesión de las otras niñas de jugar a ser mamá. El único vínculo pseudomaternal que tenía era con su perro, un cachorro que le había regalado una tía, aburrida de comprar muñecas que nunca más veía. El perro la seguía a todos lados, y no cuestionaba su carácter antisocial.
Pero un día, ya adolescente, llegó a sus manos un libro que le cambió la vida. Sus compañeras de curso habían pasado toda una mañana cuchicheando, y a la hora de salida pudo más su curiosidad y preguntó qué había: una de las niñas le mostró un libro de magia, con el cual las adolescentes esperaban conseguir novios en base a conjuros. Luego de conseguir que se lo prestaran por esa tarde para hojearlo, descubrió algo mucho más interesante que los ridículos elixires de amor: oculto entre medio de risibles conjuros para un cuanto hay, encontró una fórmula para ser inmortal. Rápidamente fotocopió esas páginas, y se puso como fin llevar a cabo el embrujo. La tarea era bastante difícil, pues las cosas que pedía el libro eran bastante rebuscadas, en especial el componente principal: la sangre de quien más quería. Luego de dos años de esfuerzo consiguió todos los ingredientes, salvo el último.
La muchacha terminaba de prepara el rito. El último componente del embrujo ya estaba listo; su perro, el ser que más quería, no sufrió cuando lo degolló con el cuchillo ceremonial. Ahora sólo bastaba beber su sangre y recitar la oración para conjurar a los seres del mal y conseguir su inmortalidad. Luego de vaciar la copa de bronce sacó la copia del texto. En el instante que se disponía a iniciar la lectura, sintió cómo el aire entraba cada vez con más dificultad a sus pulmones, hasta el punto en que ya no pudo respirar y su vida se empezó a apagar lenta y dolorosamente. Nunca estuvo convencida de la alergia que tenía a los animales, pese a usar medicamentos desde que recibió de regalo a quien más quería en este mundo…