Historia de Sangre ©2007 Jorge Araya Poblete
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Capítulo I: Génesis (segunda parte)
A la mañana siguiente despertó sorprendido. Durmió toda la noche, ningún animal se aventuró a la roca en que él estaba, pese a no haber comido mi bebido no sentía sed ni hambre; tampoco pasó frío aunque no tuvo tiempo de cubrirse con nada. Algo en la roca lo protegió toda la noche: al parecer había encontrado un hogar lejos de su hogar.
Durante el día el hambre y la sed empezaron a arreciar. Había que darle forma a su nueva vida. Recordando su hogar de origen empezó a ver dónde conseguir materiales para hacer una casa. Lo primero era hacer herramientas para su obra… y qué mejor que la piedra que lo cobijó la noche anterior para hacer esas herramientas. Buscó con cuidado y encontró trozos afilados que cumplirían la misión de cortar la madera de los árboles que circundaban la losa donde estaba. El día avanzaba con rapidez, y necesitaba apurar la construcción de lo que fuera para cubrirse, no podía confiar de nuevo en su suerte. Así vio que algunos árboles más pequeños serían más fáciles de cortar y transportar, por lo que el único trabajo mayor sería moverlos desde el sitio de corte a la losa. Sin percatarse del peligro que corría, se acercó a dichos árboles. De pronto, como un rayo, un felino desconocido para él se le lanza al cuello para convertirlo en su presa; gracias a las piedras que traía de herramientas pudo repeler el ataque… pero tarde se dio cuenta que tras el primero venían seis o siete animales más, tanto o más hambrientos que el primero. Pese a su corta edad tenía el instinto para luchar y la fuerza para hacerlo, pero las bestias eran demasiadas y con muchas cacerías en el cuerpo. Una a una las venció, y una a una se lanzaban nuevamente sobre él. Las piedras ayudaban a herir a los felinos y disminuir la fuerza y la intensidad de los ataques, pero sus dientes y garras también mermaban sus capacidades. Finalmente, y poco antes que el sol se escondiera tras el horizonte, logró matarlos uno a uno… pero sus heridas eran demasiadas, y su mente no era capaz de recordar las hojas que su madre usaba para curar a su padre cuando éste salía a buscar comida. Su soporosa mente lo guió, casi por inercia, a la losa. Si iba a morir sería en paz, solo, en silencio, no con cadáveres a su alrededor. Cada vez más débil logró arrastrarse hasta la piedra… esa piedra que horas antes soñaba como su hogar, ahora sería su tumba. Se acostó de espaldas (tenía el pecho y el abdomen demasiado cortado y sangrante para soportar el peso de su cuerpo) y se dedicó a mirar las estrellas: quería que esa fuera su última imagen antes de partir… las mismas estrellas que su padre usaba como guías y su madre, como inspiración para las canciones que hace poco lo arrullaban… ellas lo arrullarían esa noche para su último sueño, y lo guiarían en el camino al paraíso de los guerreros…
Algo pasaba. Las imágenes del paraíso eran interrumpidas por una extraña sensación incomprensible para él. De a poco en su ascenso pudo ubicar la sensación en su cuerpo: su nariz… algo parecía irritar su nariz… abruptamente sus ojos se abren y ve una abeja parada en la punta de su nariz. Se para con agilidad y se da cuenta que no está en el paraíso, sino en su misma piedra… el sol lo ilumina todo, el suelo, el bosque aledaño, su piel… esa que el día anterior estaba cubierta de sangre y heridas, hoy se encontraba limpia y cerrada. Y en la piedra no había vestigios de nada. Miró hacia donde recordaba haber tenido su pelea la noche anterior, y vio los cadáveres de los animales y unos pocos maderos cortados toscamente. Se acercó a los cuerpos y pensó inmediatamente en hacer fuego para cocinarlos… pero el hambre ya era simplemente incontenible. Con furia tomó al líder de los felinos, y sin atisbos de asco arrancó un trozo de piel y músculos de su pierna… con los dientes. Y como cualquier otro depredador masticó y tragó rápido para poder comer todo lo posible antes que llegaran los carroñeros. Era otro paso en su destino, no tendría problemas para comer lo que fuera y como fuera. Mientras comía se dio cuenta que su sed también se saciaba: la sangre que manaba del cadáver del felino no caía de su boca sino dentro de ella, y su sabor le era demasiado agradable… Luego de satisfecha su hambre con la carne de las bestias y su sed con su sangre, tuvo las fuerzas suficientes para arrastrar los árboles cortados la tarde anterior hacia la losa e iniciar la construcción de su primer remedo de choza. Su nueva vida definitivamente había comenzado.