Avanzando por la moderna avenida el viejo muchacho se despedía de lo que había llamado vida hasta ese entonces. Pasando apenas los veinticinco, su existencia había tenido de todo, y por ende ya estaba aburrido del pasar familiar que llevaba. Luego de pensarlo decidió que el mundo tenía mucho que ofrecer para esperar sentado a ver si algo le llegaba por inercia; de un día para otro vendió las cosas que lo ataban al departamento que compartía con dos amigos, tomó su guitarra y su computador portátil, montó en su motocicleta e inició un nuevo periplo por la tierra que lo había albergado.
Mientras viraba en la esquina de su cuadra hacia el poniente, rumbo a la carretera que lo alejaría de las mundanas ataduras que lo tenían anclado a la inercia de ver pasar los días uno tras otro en un trabajo adecuado para sobrevivir pero que le impedía vivir, dejaba volar su mente hacia el inexistente e impreciso futuro que lo esperaba, donde fuera que detuviera su motocicleta.
Avanzando por la moderna avenida el viejo muchacho ponía su mente en blanco para no desear ni antelar nada de lo que ocurriría en su nueva existencia. Pasando los veinticinco siglos de vida costaba vivir cosas nuevas y no aburrirse; en una de esas ahora sí llegaba el ya repetido fin del mundo y la cosa se pondría interesante…