Historia de Sangre ©2007 Jorge Araya Poblete
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Capítulo V: ContactoEl ser humano era una clase de animal bastante extraño. A diferencia del resto estaban bastante más organizados, y usaban al medio ambiente como fuente para conseguir materiales para crear su vida. Por otro lado usaban estos materiales para marcar diferencias entre ellos. Conocía las diferencias entre machos y hembras en todas las especies, pero los humanos las marcaban más aún con las cosas que se ponían encima e inclusive con sus actitudes. Durante los años que llevaba cazando humanos había comido indistintamente machos y hembras, adultos y crías, y para él no tenían mayor diferencia en el sabor, aunque tal vez las hembras le parecían un poco más blandas. Esa noche los humanos le estaban haciendo un regalo. Un grupo de ellos había salido a cazar al parecer, y se estaban aproximando hacia su casa: tendría por ende que recorrer una distancia menor para conseguir un mayor número de presas. Inclusive, podría guardar unas cuantas para algunos días, lo cual le evitaría salir a cazar a lo menos durante un par de semanas. El asunto se le facilitó más cuando vio que los humanos armaron sus casas de tela en medio del bosque, y uno de ellos se acercó al riachuelo. Fue su primera presa, a la que engulló con voracidad, para tener energías suficientes para cazar el resto durante la noche. Cuando estaba por limpiar de carne la cabeza vio a unos cuantos acercarse, por lo que debió dejarla para no tener que sobreexigirse. Al ver a ese grupo en las cercanías del riachuelo, decidió ir en busca de los que estaban en el campamento primero: sería más interesante y entretenido si tenían alguna estrategia para defenderse… Lo primero fue atacar a los animales menores que hacían ruido cada vez que él se les acercaba: una bofetada fue suficiente para lanzarlos a todos contra un árbol, y acabar con ellos de una vez. Luego soltó a los animales más grandes, en los cuales los humanos se movilizaban. Después, matar a los que estaban más adornados, llenos de piezas de metal y con unas extrañas cosas de madera con la cual le lanzaban largas astillas terminadas en punta… por lo demás, nada suficiente como para atravesar su piel. Finalmente, acabó con los que estaban vestidos como su comida inconclusa de esa noche en el riachuelo. Al poco rato sintió a la distancia como volvían los cazadores, y se dispuso a terminar su tarea. Para eso, tenía planeado hacer algo diferente: los mataría de extremo a extremo. Primero cazó a uno que se había adelantado, luego al último, volvió por el de la punta y así, hasta dejar al humano que iba al medio. Parecía una hembra por su tamaño, aunque usaba los mismos adornos de los machos. Se movía lentamente y con cuidado. La esperó en un árbol sobre una de las casa de tela, y cuando estaba bajo él, saltó sobre ella y la golpeó. Al recoger el cuerpo le llamó la atención su pelo, de un color anaranjado, pero tal vez era el efecto de las antorchas y de la sangre.Al llegar a su casa dejó los cuerpos botados y les empezó a sacar los ropajes. Algunos de los humanos eran bastante grandes, así que más de alguna prenda le serviría, y eventualmente alguno de los adornos de metal tendría uso práctico. Luego de desvestirlos a todos, se acostó a descansar de su cacería y a reposar su cena. A la mañana siguiente salió de su casa, y se fijó que faltaba uno de los adornos de metal, uno de los de madera y la hembra. En eso, sintió moverse el viento tras de él y rápidamente giró sobre sus pies: la hembra le lanzó una de esas astillas de madera y se abalanzó sobre él con la herramienta de metal. Sin dificultad esquivó la flecha y el golpe de espada, y sujetó con fuerza el brazo de ella. Ahora, que la veía de día, se pudo dar cuenta que su pelo era efectivamente anaranjado. Mientras ella le lanzaba golpes de pies y con el brazo libre, él se largó a reír: era increíble, ninguno de los machos, ni el más grande, había logrado sobrevivir a su ataque y ella, la hembra, estaba viva y con las fuerzas suficientes para intentar enfrentarlo. Al escuchar su risa ella se detuvo en sus ataques: mientras él se fijaba en su rojo pelo, ella miraba concentrada sus claros ojos, de un verde similar al color del mar al reventar olas sobre las algas. Definitivamente ambos eran poco comunes para su realidad y su entorno. Él la soltó, le arrojó sus ropajes y empezó a guardar los cuerpos que le servirían de comida por las siguientes dos semanas, pensando en que esa hembra seguramente ya no formaría parte de su dieta. Ella se vistió, tratando de aguantar el odio que sentía por la bestia al ver a sus hombres convertidos en presas de caza, pero esperanzada al no haber sido asesinada luego de su intento de venganza. Ella sabía que lo que la había atrapado era una bestia antropófaga, pero no calzaba con sus expectativas: parecía humano, pero su tamaño era mayor que el más grande de los hombres de su padre. Sus dientes eran desproporcionados pero comprensibles por su voracidad. Sus ojos eran lo más humano que tenía: si bien es cierto el color era extrañísimo, al verlos un dejo de tristeza se colaba desde lo más profundo de su ser. Y el lugar donde estaban era tan extraño como la bestia: una inmensa superficie de piedra sin vegetación, rodeada de árboles, plantas y animales de toda índole, que no se atrevían a penetrar siquiera el borde de la explanada. En ninguna de sus excursiones de caza se había aproximado al lugar, y no había señales de su existencia. Ni siquiera alguna leyenda de algunos de los pueblos que ella había ayudado a conquistar nombraba un lugar así. Sólo la vieja historia del niño con poderes sobrehumanos calzaba en todo lo que estaba viendo. Pero lo más incomprensible y fuera de lugar era la casa de la bestia: una réplica exacta en piedra del pequeño castillo donde su padre, su madre, ella y sus hermanos residían. Al parecer, la bestia y la guerrera seguirían sorprendiéndose con lo que el destino les tenía deparado…