El
café caliente humeaba en la taza esa mañana. El olor del brebaje
inundaba el cubículo donde trabajaba la muchacha, quien estaba
acostumbrada a tomar café casi desde la infancia. La joven se reía
con curiosidad cuando escuchaba a personas decir que no podían
dormir si tomaban café después de la cena; ella era capaz de
tomarse tres tazas hasta bien entrada la noche y luego dormir
profundamente. Tal vez la fuerza de la costumbre o las altas dosis de
cafeína la tenían así; la muchacha no sabía explicarlo, ni
tampoco le importaba.
A
la mañana siguiente la muchacha llegó temprano a la oficina. Al
abrir su gabinete se encontró con que alguien había consumido todo
el café que tenía guardado; la muchacha se mostró incómoda por lo
que habló con su jefa para contarle la situación y pedirle permiso
para ir al almacén de la esquina a comprar más café. Justo cuando
estaba por salir apareció el gerente de la empresa acompañado por
dos personas, atiborrados de carpetas. El jefe les explicó que sus
acompañantes eran los contadores de la empresa, que les habían
avisado que al día siguiente serían fiscalizados, por lo que en esa
jornada se dedicarían a revisar todos los balances del año para
evitar problemas.
Media
hora más tarde la muchacha estaba pálida; al verla su jefe directo
le dijo al gerente, le explicó la situación y le pidió
autorización para que la joven fuera a alguna parte a comprar café;
el gerente lo miró con molestia, le dijo que lo lamentaba pero que
necesitaba a todo el personal para revisar balances, y que una simple
taza de café podía esperar. De pronto la muchacha dio un grito que
paralizó a todos en el lugar.
La
escena se estaba tornando inexplicable. La muchacha estaba cada vez
más pálida; de pronto y de la nada empezó a sacarse la ropa con
desesperación. Al quedar desnuda, gruesos pelos empezaron a aparecer
por todo su cuerpo; varios en la oficina intentaron escapar, pero el
gerente había cerrado el piso con llave. El cuerpo de la muchacha
empezó a alargarse al igual que su nariz, y una larga y gruesa cola
apareció por sobre sus glúteos: al terminar su transformación, se
había convertido en una especia de felino delgado de hocico puntudo
y pelaje vetado, quien de inmediato atacó y mató a todos en la
oficina para luego devorarlos con voracidad. Así, la muchacha
convertida en civeta, el mamífero que convertía el café más caro
del mundo, había saciado su apetito y se aprestaba a defecar los
granos de café que bebería el resto del año.