El
hombre despertó confundido con el horrible sonido del despertador,
que le indicaba que el breve descanso nocturno había terminado, y
que había llegado la hora de levantarse para volver a producir y
crear los medios para financiar la vida. En cuanto se sentó en la
cama, un extraño mareo lo desestabilizó, dejándolo preocupado
acerca de su salud. Luego de bañarse, vestirse y desayunar, el mareo
seguía tal cual.
El
hombre llegó a su trabajo, mareado. De inmediato se dirigió a la
enfermería donde le tomaron los signos vitales, encontrándose
completamente normal; sin embargo al salir del lugar y presentarse en
su lugar de trabajo persistía mareado. El mareo no era tan severo
que le impidiera deambular o hacer sus actividades cotidianas; sin
embargo, era lo suficientemente persistente como para desconcentrarlo
de vez en cuando al pararse o sentarse más rápido que de costumbre.
A
la hora del almuerzo el hombre seguía mareado. Luego de comer se
dirigió de vuelta a su oficina, para buscar por internet algún
médico que lo viera esa misma tarde para pedirle exámenes u
orientarlo. En ese momento una muchacha recién llegada de la empresa
de aseo, de origen haitiano, lo quedó mirando algo asustada, y de
inmediato se dirigió a su casillero, casi como movida por una fuerza
sobrenatural.
El
hombre estaba sentado en su escritorio buscando alguna hora médica;
en ese momento sintió un fuerte olor a tabaco, cosa extraña pues
estaba prohibido fumar en las oficinas. De pronto vio entrar a la
muchacha de aseo con un enorme habano en su boca, y sin mediar
provocación aspiró con fuerza para luego lanzarle todo el humo al
rostro del oficinista. En menos de un minuto llegó un guardia quien
increpó a la muchacha por estar fumando en el lugar y molestando a
los empleados. El oficinista se puso de pie y le dijo al guardia que
entendiera a la muchacha, que estaba recién llegada y todavía no
entendía bien el idioma; ese fue su modo de agradecer a la joven que
le quitó el mareo instantáneamente. La joven bruja agradeció en un
pobre y mal pronunciado castellano al oficinista, a quien liberó de
la entidad que se había metido por la cabeza en su cuerpo y había
desplazado un poco su alma, provocando el mareo persistente del
hombre. Ya llegaría el momento de volver a su hogar para investigar
cómo había llegado esa entidad a él, o quién se la había
enviado.