El
hervidor eléctrico sonaba en la mesa de la oficina, avisando que el
agua había empezado a hervir; diez segundos más tarde sonó un
click y se apagó la luz del aparato, avisando que el agua estaba
lista para el café de la mañana. Sin embargo, nadie se acercó a
usar el agua recién hervida.
La
impresora estaba terminando de imprimir los documentos enviados. Todo
estaba ordenado en la bandeja de salida, las hojas de hecho aún
estaban tibias luego de pasar por los mecanismos del moderno aparato.
El tenue zumbido del carro de impresión estaba llegando a su fin, y
todo el trabajo enviado estaba listo. El tiempo siguió su curso, y
nadie fue a buscar los documentos impresos.
El
pasillo donde estaba el lector de huellas digitales para el registro
de entrada y salida estaba aún vacío. En diez minutos el lugar se
llenaría de gente ansiosa por terminar luego su estadía en el
trabajo y partir a sus domicilios a seguir con su vida familiar y
personal interrumpida nueve horas al día para ganarse el sustento y
poder financiar el resto del tiempo. Media hora más tarde nadie
había llegado a macar la salida del edificio.
Las
puertas automáticas tenían sus sensores activados para abrirse ante
la llegada o salida de cualquier persona. Los ascensores tenían
todos sus sistemas hidráulicos listos para funcionar en cuanto
alguien accionara el botón de llamado. Las escaleras mecánicas
tenían un movimiento leve en espera que alguien pasara frente a sus
sensores para aumentar la velocidad de subida o bajada. Ni las
puertas, ni los ascensores, ni las escaleras mecánicas habían
funcionado ese día.
Ese
día el edificio corporativo no había registrado movimiento alguno.
Todos en le mañana habían entrado a sus trabajos normales, pero en
el transcurso del día habían desaparecido en el aire, como si nunca
hubieran existido. El edificio era la sede de un culto religioso que
creía firmemente en el rapto de todos los creyentes antes del
principio del fin de los tiempos. El líder del culto había decidido
que ya era el tiempo del fin de los tiempos, e instaló miles de
trampas con veneno que al ser inhalado sería suficiente para acabar
con la vida de todos. Una vez las cámaras de seguridad mostraron que
estaban todos sin vida, un ejército de seguidores que estaban
escondidos en el subterráneo salieron, tomaron los cadáveres, y los
bajaron a los subterráneos donde fueron convenientemente
incinerados. En ese momento el líder religioso anunciaba por
conferencia de prensa que todos los trabajadores habían sufrido el
rapto, lo que confirmaba el inicio del apocalipsis. La psicosis
colectiva se empezaría a encargar del resto de los eventos.