Si entras a este blog es bajo tu absoluta responsabilidad. Nadie asegura que salgas vivo... o entero. Si imaginaste que aquellas pesadillas interminables que sufrí­as de niño cuando te daba fiebre eran horrorosas, prepárate para conocer una nueva dimensión de la palabra HORROR...

domingo, octubre 20, 2024

Perro

 El perro callejero inició su jornada temprano esa mañana. Con ocho años de vida ya conocía de memoria cómo desenvolverse en la realidad de los perros sin dueño: dormía en algún parque a la intemperie, o a veces cubierto por algún indigente o algún animalista; comer lo que se pudiera cuando se pudiera y donde se pudiera; caminar mucho; huir de algunos humanos agresivos que le lanzaban patadas o piedras, y esquivar unas cosas con ruedas donde se metían los humanos para moverse. En general el perro despertaba tarde y muerto de hambre; sin embargo esa mañana despertó bastante más temprano que de costumbre, por lo que decidió empezar a caminar de inmediato a ver si encontraba algún delicioso basurero lleno de comida, o algún humano generoso que compartiera lo que estaba comiendo.

El perro inmediatamente se dio cuenta que esa no era una mañana típica: lo primero distinto era que las cosas con ruedas que debía esquivar estaban detenidas, sin moverse. Eso era mucho más seguro para él y sus compañeros, pero definitivamente era bastante extraño. A esa hora de la mañana aun había pocos humanos en la calle; sin embargo esos humanos estaban igual que las cosas con ruedas: inmóviles. Parecía que todo se hubiera congelado en el tiempo, y eso podría ser un problema si es que la comida también estuviera congelada en el tiempo.

Algunas horas más tarde el perro empezó a escuchar quejidos desde algunas casas: el perro aguzó el oído y pudo escuchar a perros de casa reclamándole a sus humanos por comida, o porque necesitaban salir a las calles, o hasta porque necesitaban agua. El perro no entendía cómo esos animales no eran capaces de procurarse su propio alimento: en ese momento se dio cuenta que tenía hambre, y que tenía que buscar alimento en alguna parte.

El perro caminaba por las calles viendo a los pocos humanos que salieron temprano paralizados. De pronto encontró un tumulto de perros en un negocio; el perro se acercó a preguntar qué pasaba, y otro perro callejero le respondió que un humano estaba abriendo un negocio con carne y quedó tieso, por lo que muchos de ellos pasaron a sacar lo que pudieran. El otro perro le dijo que aún quedaba mucha carne pero que se apurara si es que no quería quedarse con las ganas. El perro dio las gracias, entró con prudencia, y luego de oler tres o cuatro traseros y de ser olido otras tantas veces, sacó un gran trozo de carne con hueso y se lo llevó en silencio a una plaza.

En la estación espacial internacional la información bullía como olla a presión. Los efectos del experimento habían causado estragos a la población mundial. En aquellos países en que era noche casi nada había sucedido, salvo algunos pequeños accidentes menores; en cambio en aquellos en que era de día el experimento había causado innumerables muertos y heridos que no recibirían atención y que por ello también morirían sin siquiera darse cuenta de ello. Los once tripulantes no entendían cómo sus superiores habían ordenado activar los generadores de ondas mentales que paralizaban el cerebro humano a nivel mundial sin medir las consecuencias de dicha decisión. Tarde se dieron cuenta que el proceso era irreversible, y que sólo ellos quedaban como espectadores del fin de la raza humana. Mientras tanto, el comandante de la estación pensaba si dejaría morir a los tripulantes de hambre, o si abriría las compuertas para que escapara el oxígeno y así murieran todos más rápido.