El
anciano estaba sentado en su escritorio trabajando tranquilamente. El
anciano era el sobre nombre que los trabajadores nuevos le dieron a
un hombre de cincuenta años que llevaba veinte años en la empresa,
que no se había interesado por cargos directivos, y que trabajaba a
la par con los empleados nuevos, muchachos veinteañeros que venían
de universidades privadas con títulos de ingeniería en algo, pero
que en realidad no era más que un título técnico inflado
académicamente para poder cobrarles aranceles más altos. El hombre
sabía cómo le decían, lo que le causaba risa al mirar que los
muchachos eran todos obesos y fuera de forma física, mientras él se
encontraba en la mejor etapa de su vida.
Esa
mañana el gerente llamó al anciano pues necesitaba conversar con
él. El directivo le informó al anciano que la junta directiva había
decidido cesarlo en sus funciones; al preguntarle el por qué, el
gerente le comentó que los dueños de la empresa eran los padres de
los empleados nuevos, quienes veían en él un obstáculo para sus
carreras. El gerente le dio el finiquito, le entregó el cheque de la
empresa con la indemnización justa por sus años de servicio;
además, le entregó un cheque personal de su pecunio pues sólo
tenía agradecimientos para con él, y le dolía que hubiera sido
desvinculado de sus funciones, pues sabía que sin su experiencia la
empresa no volvería a ser lo mismo. El anciano miró los cheques,
miró la carta de despido, guardó todo, le dio un sentido abrazo al
gerente y fue por sus cosas. Mientras recogía sus pertenencias y se
despedía de secretarias y asistentes, miró con desdén a los
muchachos que sonreían por su logro.
Una
semana después, una carta de gerencia citaba a todos los
profesionales nuevos a una reunión en un piso con poco uso a la hora
de salida. Los jóvenes miraron con molestia la citación, y mientras
subían empezaron a conversar acerca de la posibilidad de presionar
para remover al molesto gerente. Al llegar al piso se encontraron con
un lugar mal habilitado, que más bien parecía pista de obstáculos
de reality de televisión. En cuanto entraron todos se cerró la
puerta por fuera, y desde las cuatro esquinas aparecieron llamas. Los
jóvenes se desesperaron, y se dieron cuenta que los muebles
dispuestos en el suelo parecían armar una suerte de camino; al
llegar a cierto punto había una especie de barrera que ninguno de
ellos pudo saltar. A la salida del edificio el anciano salía
caminando tranquilamente: luego de encerrar a los jóvenes en el
circuito de obstáculos con una salida que él pudo sortear sin mayor
dificultad, esperando que fueran capaces de hacer lo mismo que él
podía hacer con treinta años más. En las alturas de la
construcción empezaron a escucharse súplicas por sus vidas y
alaridos de dolor al empezar a quemarse y asfixiarse. Esa tarde nadie
salió con vida del edificio.