El
hombre revisaba una vieja libreta de cartón con antiguos números de
teléfono en desuso. La libreta la tenía en su poder desde la década
de los setenta, por lo que todos estaban en un formato
desactualizado, y lo más probable era que ninguno estuviera activo
en ese momento. Al hombre le gustaba revisar cosas viejas, y como
había trabajado toda su vida en electrónica, al recuperar alguna
radio o televisor en desuso terminaba por arreglarlo y hacerlo
funcionar como antaño. Por lo mismo tenía claro que dicha libreta
era sólo un baúl de recuerdos que no volverían a la vida como sus
otros hallazgos.
El
hombre estaba terminando de reparar un viejo teléfono de disco. Como
su casa era antigua aún tenía conexión a teléfono de red fija,
por lo que podía probar el aparato. Luego de rearmarlo y corregir
todo lo que estaba dañado lo conectó a la red y al levantar el
auricular escuchó el clásico tono de marcar de dichos teléfonos;
para probar si es que el sistema de marcado de disco funcionaba
decidió marcar su número de celular, el cual de inmediato sonó. El
aparato había quedado plenamente funcional, y como todavía le
quedaba algo de tiempo libre, decidió tomar su libreta, eligió un
número al azar, actualizó el número al sistema de marcado moderno
y lo marcó.
El
hombre no entendía lo que estaba pasando. Luego de marcar el número
actualizado, en vez de sonar la grabación de número inexistente, se
escucharon dos o tres tonos de marcado, y luego alguien contestó: la
voz le sonaba vieja pero conocida. Al revisar la libreta descubrió
que era el teléfono de la abuela de un amigo del colegio; sin
embargo era imposible, pues si estuviera viva la señora tendría más
de ciento treinta años, y él había asistido a su funeral cuarenta
años atrás. La voz sonaba tranquila, el hombre le hizo dos o tres
preguntas que la voz respondió adecuadamente y sin problemas, para
luego despedirse y colgar. El hombre no entendía qué pasaba, pero
decidió replicar el experimento.
Tres
horas más tarde el hombre se había comunicado con treinta teléfonos
de gente ya fallecida, y en todos los llamados había recibido
respuesta. El hombre entendió que algo le hizo al aparato y que
había logrado un artilugio para comunicarse con el más allá. Del
otro lado de la línea el demonio sonreía satisfecho: había logrado
colgarse de la señal del viejo aparato y engañar al hombre con las
voces de los difuntos; con ello, la entidad se cargaba de la energía
de su interlocutor y del mundo físico. Si sus cálculos no fallaban,
con quince llamadas más tendría la energía suficiente para
materializarse y hacer de las suyas en el plano físico.