El
adolescente pasaba casi todo su tiempo libre pegado a la pantalla de
su teléfono celular. Hacía un par de meses había escuchado algo
acerca de la inteligencia artificial, empezó a investigar, y un
mundo gigantesco se abrió ante sus ojos. En poco más de dos meses
se había vuelto un experto manipulando y creando imágenes, gracias
a lo cual las visitas a sus redes sociales habían aumentado
exponencialmente dada la calidad de su trabajo, e inclusive ya lo
habían contactado de un par de empresas ligadas a la informática
para ofrecerle auspicios a cambio de publicidad. El muchacho estaba
empezando a cambiar su vida, y hasta veía posible el dedicarse a
algo que le gustaba el resto de su vida.
El
muchacho era dentro de todo precavido. Desde el principio publicó
que las imágenes eran generadas por IA, y le dio créditos al
creador del software para que no hubiera malos entendidos ni
problemas legales; de hecho por seguridad cada publicación que hacía
partía con el mismo aviso. Esa mañana en uno de los recreos en el
colegio empezó a revisar los comentarios a ver si algo interesante
había llegado. Grande fue su sorpresa al ver muchos comentarios que
lo felicitaban por la creatividad pero que pusiera cuidado con la
edición de imágenes, pues en el video la calidad no era la misma de
los anteriores. El muchacho abrió el post, reprodujo el video, y vio
que las imágenes aparecían pixeladas y las transiciones mal
editadas. De inmediato se metió al software a revisar qué había
pasado, y al no encontrar nada decidió eliminar el post y editar uno
nuevo.
Una
semana después la debacle estaba terminando. Desde la fecha del
primer fallo había seguido editando videos, que parecían bien en la
pantalla de borradores, pero al publicarlos salían todos con fallas.
Los comentarios fueron lapidarios, destrozando la calidad de su
trabajo y abandonando sus redes sociales; las ofertas de
auspiciadores se habían desvanecido, y su nombre se había
convertido en sinónimo de fiasco. El muchacho no aguantó la
presión, y una tarde cualquiera se lanzó del tercer piso de su
liceo al vacío, muriendo por las secuelas del trauma cinco días
después. En lo profundo de la web, en un lugar inexistente para los
humanos, la IA había reivindicado su nombre boicoteando el trabajo
del humano que sólo agradecía a su creador, pero no tomaba en
cuenta a la propi IA considerándola apenas una herramienta de
edición.