El
sol entraba furioso esa mañana por la ventana del corredor de la
casa. La dueña, una mujer añosa ya jubilada, se paseaba con una
taza de té en la mano mientras revisaba que el aseo estuviera
perfecto. Desde que dejó la vida laboral, la mujer se obsesionó por
mantener la casa casi esterilizada, y cada día usaba casi media
jornada en dejar todo como ella quería: completamente libre de
cualquier suciedad.
Luego
de terminar su taza de té, la mujer empezó a revisar qué se había
ensuciado desde la última vez que hizo aseo. Al terminar de recorrer
el pasillo no encontró nada sucio, por lo que se dirigió a la
cocina a ver qué quedaba por lavar o fregar, luego de haber dejado
la taza lavada estilando para que la gravedad la secara. La mujer
revisó minuciosamente el lugar y no encontró nada que lavar ni
limpiar; al acercarse a tomar la taza para al menos poder terminar de
secarla, se dio cuenta que ya estaba completamente seca.
Una
hora más tarde la mujer había terminado de revisar completa la casa
sin encontrar nada que requiriera de limpieza. La mujer entonces se
sentó en el mismo corredor a ver el sol entrar. De pronto un fuerte
ruido llamó su atención desde el otro extremo del pasillo: parecía
que algo se había caído, por lo que de inmediato s ver qué había
pasado. Al llegar al lugar encontró que un trozo de muro estaba en
el suelo, cubriendo el piso de polvo y pintura seca. De inmediato la
mujer fue al cuarto de aseo a buscar pala y escoba para empezar a
limpiar el desastre, sin importarle la causa.
Al
volver al lugar escuchó otro ruido fuerte que venía desde su
habitación: al dirigirse al lugar encontró tres cuadros botados en
el suelo, con los clavos que los sostenían también botados, y que
habían arrastrado sendos trozos de muralla con ellos. Al intentar
recoger uno de los cuadros escuchó otro ruido al otro extremo de la
casa.
Media
hora más tarde parecía que un terremoto hubiera acaecido sólo en
su casa. Por todas partes había cosas botadas en el piso, con trozos
de paredes y de pintura por doquier. La mujer empezó a desesperarse;
en ese momento una fuerte opresión en el pecho le avisó que su
tiempo en la tierra había acabado. Luego de caer inconsciente al
piso y que su alma se liberara de su cuerpo, vio en el suelo su
cadáver inerte con expresión de tristeza. A su lado estaba el alma
de su marido, fallecido hacía apenas dos meses, quien también había
muerto en la casa súbitamente sin recibir ayuda de su esposa quien
en ese instante estaba sacándole brillo al piso.