El
estudiante miraba en la funda de su notebook el diseño de las
constelaciones en el cielo. El muchacho se maravillaba al imaginar a
los pensadores de la antigüedad uniendo estrellas para hacer figuras
que representaran animales, dioses y un sinfín de cosas que existían
en la imaginación, para tenerlas en el cielo a vista y paciencia de
todos. Si bien es cierto el muchacho reconocía que en su tiempo
dichas imágenes en el cielo le sirvieron a muchos navegantes para
seguir o recuperar un rumbo en altamar, en el presente estaban
obsoletas, y no servían más que para que aprovechadores siguieran
viviendo de hacer horóscopos, cartas astrales y otra serie de
mentiras que desconocía pero que imaginaba que aún eran utilizadas
para engañar a crédulos, incautos y desesperados.
Su
madre leía todas las mañanas el horóscopo en una aplicación
gratuita en su celular; el muchacho la miraba y simplemente se reía
en silencio: al menos su madre no gastaba dinero en esas estupideces.
Esa mañana la mujer lo miró preocupada: en el horóscopo del
muchacho aparecía un trauma que podría cambiarle la vida. La mujer
le rogó que se día no fuera a clases, a lo que el joven respondió
que era imposible, que tenía una prueba importante en la
universidad, pero que se comprometía a llamarla en cuanto llegara a
la universidad, al salir de la prueba, y al tomar el bus de vuelta.
Luego de tranquilizarla, y dejar que la mujer hiciera señales con
sus dedos en su frente, el joven salió al paradero a tomar el bus.
Cuando estaba a dos cuadras de la casa se largó a reír de buena
gana.
A
mitad del viaje el bus pinchó un neumático, y todos los pasajeros
debieron bajar y conseguir otro medio de transporte. El joven vio que
estaba a doce cuadras de la universidad por lo que decidió hacer el
trayecto a pie. A las tres cuadras de caminata, tres hombres
malagestados y malhablados lo interceptaron, y a punta de cuchillos
le exigieron que entregara todo. El muchacho empezó a sacarse la
mochila y el celular, cuando de pronto vio palidecer a los
asaltantes.
Mientras
los hombres huían despavoridos el muchacho se dio vuelta. Tras él
un centauro apuntaba su arco y flecha hacia los asaltantes. Al
fijarse en el cuerpo del ser vio una serie de puntos luminosos que
constituían su cuerpo. El ser miró al muchacho, le sonrió, y se
desvaneció en el aire; en ese momento recordó que su madre siempre
le decía que él era del signo sagitario, que era representado por
un centauro. En su casa su madre se sentía satisfecha: el centauro
había hecho su trabajo, cambiando la visión de vida de su hijo para
siempre.