El
gato dormía plácidamente frente al cajón de tomates en la tienda
de frutas de su dueña en el mercado. El animal había llegado al
lugar cuando tenía cerca de dos meses y había adoptado a la dueña
del local, una señora añosa que no gustaba de los animales ni menos
de los gatos, cosa que a él simplemente no le importó: el pequeño
se instaló en el lugar, y pese a los esfuerzos de la mujer por
echarlo no logró más que reforzarle la idea de quedarse. Cuando la
mujer se rindió y le trajo una frazada vieja de su casa para que
durmiera y una bolsa de comida barata, el gato se quedó satisfecho.
El
fuerte del local eran los tomates. El fruto que servía de ensalada
era el sostén del local, por lo que la mujer se esmeraba por buscar
mejores proveedores para mantener sus ventas. Ese mes se abrió en el
mercado otro local de venta de tomates, cuyo dueño era un hombre de
mala fama, quien empezó a amenazar a quienes abastecían a la señora
para que no le siguieran vendiendo, y así lograr que el local
quebrara para apoderarse de sus clientes. El último vendedor que se
atrevió a venderle le entregó el último cajón y se despidió de
ella por temor a represalias. La mujer colocó el cajón al lado del
gato quien lo miró con desprecio para luego seguir durmiendo. Al
terminar la tarde el cajón estaba vacío.
A
la mañana siguiente la mujer abrió el local sin saber qué iba a
hacer. Al subir la cortina se encontró con el gato saludándola,
pidiéndole comida, y con el cajón lleno de tomates. Durante el día
las ventas estuvieron como nunca: el cajón se vaciaba lentamente,
casi como si no tuviera fondo; peor al terminar el día, nuevamente
terminó vacío. Al día siguiente su sorpresa fue enorme al ver
nuevamente el cajón lleno; como siempre, el gato la saludaba
pidiéndole comida.
El
mafioso no entendía quién le estaba vendiendo tomates a la vieja.
Al parecer no le quedaría otra que tomar medidas más drásticas;
luego de pensarlo un rato, y entre amenazarla y matar al gato,
decidió lo último, además de quemarle el local. A las once de la
noche, y luego de pagarle al nochero para que se fuera a dar una
vuelta larga esa noche, entró con herramientas para romper candados,
un cuchillo y un bidón grande con combustible.
El
hombre llegó al local. Al sacar las herramientas para romper los
candados se encontró de frente con el gato quien lo miró con
desdén; el hombre miró al animal y sacó el cuchillo para matarlo
rápido, para luego seguir con la quema del local. De pronto una
sombra apareció detrás del gato: el hombre no alcanzó a
reaccionar. Cuando llegó el nochero encontró el recinto vacío,
sólo estaba el gato mirándolo con el hambre ya saciada y el cajón
de tomates dentro del local repleto.