La
melodía de la última canción que había escuchado aún resonaba en
su cabeza, haciéndola tararear el coro repetidas veces. La
estudiante avanzaba lentamente camino a la universidad para su
primera clase de ese día, que estaba programada para las nueve de la
mañana. A las ocho y media estaba a dos cuadras de la sede por lo
que no tenía mayor apuro en llegar.
La
lista de reproducción le entregaba canciones al azar de sus artistas
favoritos, dándole una atmósfera entretenida a su caminata matinal.
De hecho mientras avanzaba veía la forma de caminar de la gente en
la calle y los imaginaba bailando frente a ella. La muchacha se reía
al imaginar a cada persona siguiendo el ritmo según sus edades. De
pronto un bocinazo la volvió a la realidad, haciendo que se fijara
por donde caminaba.
La
estudiante llegó a la puerta de la universidad y saludó al portero
quien pareció ignorarla; la muchacha se encogió de hombros y siguió
caminando hacia la sala. En ese momento vio a compañeros de
universidad corriendo hacia la calle con rostros desfigurados. La
muchacha se preocupó, y saló tras ellos a ver qué sucedía.
Al
llegar a la esquina había un vehículo detenido con el parachoques
abollado y rastros de sangre. Cinco metros más atrás la gente
rodeaba algo en el suelo: al acercarse, la muchacha quedó
paralizada. En el suelo yacía alguien igual a ella, pero con sangre
saliendo de la cabeza y de la nariz, y con el cuello en una posición
imposible: sólo cuando una persona atravesó su cuerpo se dio cuenta
que era ella quien había muerto atropellada minutos antes. Al
instante recordó el bocinazo, y todo se vino a su memoria.
El
alma de la muchacha estaba estupefacta. De pronto se dio cuenta que
aún llevaba sus audífonos y que la música seguía sonando.
Lentamente otras almas desencarnadas de distintos tiempos empezaron a
acercarse a ella, sorprendidos por poder escuchar la música que la
reciente difunta escuchaba en sus audífonos. La muchacha miró a las
almas, se fijó en un hombre joven vestido con una especie de terno
más largo que lo habitual y peinado con algo que mantenía su pelo
tieso, se acercó a él, tomó una de sus manos y empezó a guiarlo
en un improvisado baile, que hizo que el resto de las almas se
empezaran a sumar al baile. El alma de la muchacha no sabía qué
pasaría ni cuándo, así que aprovecharía el tiempo que le quedara
bailando, hasta que pasara lo que tuviera que pasar.