La misión de vida… desde niño había escuchado a sus padres repetir una y otra vez lo mismo. Parecía un mantra, que mientras más veces se repitiese, mayores posibilidades tendría de hacerse realidad. Pero nunca salían de eso: cada vez que él preguntaba le decían que no preguntara, que no era el tiempo aún, que cuando debiera, sería el primero en saberlo.
La misión de vida se había transformado en una meta pero a su vez en una barrera en su vida. Si quería ir a un paseo no podía, no podía poner en riesgo su misión; si iba a hacer un deporte lo prohibían, pues su cuerpo estaba destinado a su misión. Una vez quiso fumar: fue cosa de sentirle el olor para dejarlo castigado un mes sin televisión (lo único que podía hacer libremente en su casa). Su peso era vigilado estrictamente, al igual que su crecimiento. Sus padres no escatimaban en gastos a la hora de llevarlo al médico: las veces que fuera necesario, y siempre a los mejores. Todo era una inversión en pos de la misión…
Su vida era una monotonía sin fin, de la casa al colegio, del colegio a la casa; siempre lo iban a buscar, pese a que ya no era un niño y que el colegio estaba a cuatro cuadras de la casa. Los fines de semana, si el computador no tenía juegos nuevos (pues no se podía conectar a internet) y la televisión estaba repetida, eran de un tedio casi insoportable, tal como las dudas que lo invadían persistentemente acerca de la misión…
Esa mañana sería especial. Estaba de cumpleaños, el número catorce, y sus padres le dijeron que no fuera al colegio, pues le tenían una sorpresa grandiosa. Cuando despertó sus padres estaban a los pies de su cama, con una cara que evidenciaba pena y satisfacción. Ambos lo saludaron de beso, y le entregaron su regalo: una tenida blanca. El joven con desconcierto los miró, pero comprendió todo al abrir la tarjeta que traía el paquete: “…para llevar a cabo tu misión…”. Por fin había llegado el momento. Rápidamente se bañó y se colocó la tenida blanca. Una vez hubo llegado donde sus padres, éstos le dieron un vaso de leche con un extraño sabor, que le provocó un sueño imposible de vencer. Su madre lo acompañó a su cama donde se durmió profundamente.
Algunas horas después despertó por el ruido de unos extraños cantos. Al intentar moverse notó que estaba atado de pies y manos, y sin la camisa. Al abrir sus ojos se encontró con un lugar oscuro, iluminado con cientos de velas. A su lado, un hombre de túnica negra dirigía los cantos. De pronto de entre sus ropas saca una larga daga que empuña con sus dos manos. Al callar los cantos, el joven cumplió su efímera misión. En un rincón, sus padres lo contemplaron con satisfacción…