La videoconferencia llevaba ya 2 horas. La lacónica voz del relator recitaba conocimientos tal como si estuviera leyendo un libro de texto. El poder contar con ese especialista gracias a la tecnología, sin que él saliera de su universidad situada a miles de kilómetros de distancia del centro de conferencias, era un lujo. La oferta había captado la atención de muchos profesionales, y pese al alto precio, habían debido aumentar los cupos y conseguir un auditórium más grande para que todos pudieran asistir. Además, uno de los puntos del programa era demasiado llamativo: ofrecían una técnica de control mental aplicable en cualquier instante e infalible, el cual sería demostrado durante la conferencia.
Pero luego de 2 horas de escuchar esa lacónica voz, muchos se cuestionaban su asistencia y la veracidad del programa. De pronto el relator se calla, la pantalla se pone en blanco, y durante algunos segundos varios estímulos luminosos se aprecian vagamente. Luego de esa falla técnica el relator se reconecta y su conferencia sigue por 1 hora más.
Era la hora del almuerzo, el cual estaba incorporado en el precio de la conferencia, por lo cual nadie salió del centro de convenciones. Cuando volvieron a la sesión de la tarde, la sala había cambiado: habían colocado 4 cámaras de video en las esquinas del salón.
Al empezar la sesión de la tarde, el famoso relator anuncia la demostración práctica de la técnica de control mental. De nuevo la pantalla se pone en blanco y se aprecian los repetidos estímulos luminosos. Terminado ello, la pantalla se pone negra, y la voz lacónica del relator ordena, en el mismo tono: “mátense entre ustedes…”
Una vorágine incontrolable de odio invade las cabezas de los asistentes. Todos ellos, con sus instintos y limitados conocimientos de lucha y asesinato, empiezan a golpearse, tironearse, machacarse, estrangularse. Rápidamente la sangre empieza a correr de los cuerpos más viejos y débiles. La escena se hacía cada vez más y más dantesca: cuerpos no entrenados (casi dejados de lado) tratando de hacer algo que no sabían… las muertes eran verdaderas torturas interminables… finalmente a uno se le ocurrió usar el cordón de sus zapatos para estrangular a los demás… una vez hubo terminado con todos, la pantalla negra habló: “mátate”… el hombre buscó el soporte de un foco en la pared, y usando su cordón, se ahorcó…
Terminada la sesión, la pantalla dividida en 4 se apaga en la pequeña sala contigua al auditórium. Los agentes del gobierno se felicitan: por fin habían conseguido el arma perfecta…