Otro día que llegaba, el despertador le anunciaba que la tortura había empezado. Desde que lo apagaba, miles de ideas se agolpaban en su cabeza para salir; pero no seguían un orden normal, sino simplemente todas bullían por salir, a la vez y entremezcladas. Antes de entrar a la ducha, el dolor de cabeza era intolerable. Ya conocía a todos los neurólogos y psiquiatras disponibles en su país, y nadie había logrado nada. Veinte años atrás, cuando esa vorágine había comenzado, había decidido empezar a escribir sus ideas. Como eran muchas, y se empezaban a acumular en su dormitorio, comenzó a enviarlas por correo a las editoriales. Desde entonces, publicaba a lo menos tres libros por año.
Pese a que las editoriales retrasaban la salida de los libros para mantener el negocio, sus ideas no se detenían. Durante un tiempo intentó parar todo con alcohol y drogas, pero pese a ello su cabeza no se detenía de idear. Los somníferos apenas le hacían efecto por una hora, luego de lo cual despertaba peor.
El último año la situación se empezó a complicar: sus textos empezaban a ser inconexos e incomprensibles. Empezaba una idea y a las tres páginas ella se había diluido y otra ocupaba su lugar, para permanecer ahí por las siguientes tres páginas...
A la mañana siguiente despierta sin sentir el despertador... y sin ideas. Siente, luego de veinte años, su cabeza liviana, nada había en su mente, sólo silencio... ese sepulcral silencio que casi había olvidado y que se había convertido en el único objetivo de su existencia. Recordaba la noche anterior como la peor jaqueca de su historia, que había bebido mucho, que pese a ello no pasaba, que había sacado del cajón del escritorio el revólver... un destello de temor iluminó su mente por un segundo: al darse vuelta ve su cuerpo botado a los pies del escritorio, el arma en su mano, sangre en el piso y sus sesos en la pared.
En ese instante, dos voces más poderosas que todos sus ideas al unísono se dejan escuchar:
-¿Este es el estúpido?
-Sí...
-¿Cuánto le faltaba?
-En tres semanas su cerebro humano terminaba su programación...
-¿Veintiún días? ¿Y se mató?
-Sí.
-¿Lo has contactado?
-Aún no...
-Cuando lo contactes dile que se apronte, que partirá de cero para recobrar el camino perdido.
-¿De las cavernas?
-Dije de cero.
-Sí señor...
En ese momento su imagen corporal se desvaneció. Al despertar no tenía brazos, piernas ni cabeza, sólo boca, cuerpo y ano. Había reiniciado el camino de la iluminación…