El piloto avanzaba rauda y sigilosamente por el cielo del país enemigo. Su avión estaba equipado para que fuera difícil ser detectado, y volaba a una altura tal que los radares quedaban prácticamente inutilizados. Su objetivo era claro, debía lanzar dos misiles aire-tierra que iban a terminar con un depósito de combustibles que abastecía al ejército rival, con lo cual quedarían inmóviles y serían presa fácil de la infantería y los blindados.
La visibilidad era pésima, pero sus instrumentos nunca habían fallado. Además, el sistema de guía de los misiles era tan avanzado que bastaba con cargar las coordenadas y apretar el botón para que éstos siguieran su curso e impactaran con precisión casi milimétrica. Al llegar a la distancia acordada aceleró al doble de la velocidad del sonido, lanzó sus misiles y ascendió bruscamente para alejarse de la zona. El radar y el computador mostraron el instante exacto de la explosión, con lo cual podía volver a su base.
De pronto, a los pocos segundos, un violento impacto remeció su aeronave, la cual quedó estática en el aire. Al mirar sus instrumentos no aparecía nada; al levantar su cabeza y mirar a través del vidrio de su cabina, vio como cientos de almas de inocentes contenían con su presencia su avión…