La pálida muchacha yacía en la cama del hospital conectada a la décima bolsa de sangre del día. Durante ya veinte días estaba postrada en dicha cama tratando de recuperarse de una extraña enfermedad que la mantenía con anemia. Los médicos no sabían qué hacer. Día tras día transfundían más y más sangre a la muchacha, y sin embargo los exámenes no arrojaban cambio alguno. En más de una ocasión habían revisado los procedimientos del banco de sangre para ver si se estaba almacenando y preservando bien; todos los días encontraban pruebas nuevas que pedir para ve si alguna enfermedad infecciosa del otro lado del mundo, alguna mutación genética o algo era capaz de explicar el caso. Hasta repetían una y otra vez los exámenes para confirmar el grupo de sangre de la paciente y las bolsas, pero nada surtía efecto. Durante algunas horas la muchacha despertaba en el día, pero sin fuerzas para nada.
Terminada la visita médica el tecnólogo apareció con la siguiente unidad de sangre. Luego de comprobar de nuevo los datos de la ficha y de la sangre preparó todo. Con cuidado destapó la pierna de la joven en la que clavó certeramente sus colmillos para libar la misma cantidad que luego transfundiría en su brazo. Con tanto loco circulando había que cambiar el sitio de succión, y su dignidad le impedía alimentarse directo de la bolsa…