El pequeño gato llevaba una vida digna de la realeza. Dueño de una familia bien constituida, sus obligaciones eran jugar y regalonear con los humanos a cambio de casa, salud y comida. El pequeño felino corría libremente entre los muebles, capturaba su cola y las piernas de los humanos, lo cual alegraba el regreso de la pareja al hogar luego del trabajo. Durante el día cuando estaba solo se dedicaba a comer y dormir para estar listo para la hora en que empezaba su labor.
Una noche los humanos debieron salir. Al despedirse le dijeron a modo de broma “tú quedas de dueño de casa”. El pequeño, al verse solo, se ocultó debajo de la cama matrimonial a descansar, donde nada lo alterara.
Esa madrugada un hábil ladrón trepó sigilosamente las paredes del edificio hasta llegar al cuarto piso, donde estaba el departamento de la pareja. Sin mayor problema abrió la débil puerta de vidrio de la terraza, y se fue directamente al dormitorio. Al acercarse al velador, donde suponía que había dinero, sintió un fuerte golpe en la pierna del lado de la cama, y una fuerza incontenible lo arrastró debajo de ella…
A la mañana siguiente el matrimonio volvió, encontrando la terraza abierta. Con cuidado revisaron todo el departamento sin encontrar a nadie y sin que faltara nada. Al llegar a la cocina encontraron al gatito durmiendo plácidamente, y con la comida de la noche intacta…