La sombra de la mujer proyectada en el piso estaba inmóvil, tal como ella. El débil foco en la cúspide del maltratado poste en la vereda de la fría calle proyectaba sobre el piso largas sombras de las cosas y personas que bajo él circulaban. Decenas de pequeños insectos revoloteaban a su alrededor, como si fuera un panal rodeado por sus abejas listas a entregar el fruto del trabajo de recolección del día.
Todas las sombras cambiaban en la medida que pasaban bajo el tenue foco. De inexistentes en la oscuridad hasta nítidas sobre el piso al estar exactamente bajo su centro, y luego tendiendo a la desaparición hasta desvanecerse en la noche al salir de su pequeño reino de luz en el universo de la oscuridad.
Pasadas las horas todas las sombras cambiaban… salvo la de la mujer, que seguía inmóvil en el piso. Al parecer el destino ya estaba definido, y sólo quedaba seguir la marcha. Así, la sombra abandonó el cadáver de su dueña y siguió su camino, antes que los primeros rayos del sol también la mataran…