Sentado en una mesa mal iluminada al fondo del bar, el soñador soñaba. La vela que usaba para ver su vaso y prender sus cigarros ya casi estaba agotada, y sabía que le costaría conseguir otra, por tanto trataba de apilar por sus bordes la esperma con un mondadientes y así prolongar la única luz en su vida esa noche. Algunos metros más allá, en una tarima que hacía las veces de escenario, otro pobre desgraciado soñaba que era músico, y en un viejo piano desafinado interpretaba los perdidos acordes de una vieja zarzuela que su quemada voz era apenas capaz de hacer sonar más allá de su evidente sordera, pues lo que el piano entregaba nada tenía que ver con el tono de su voz.
A la luz de la casi inexistente vela, y en los acordes de la maldita zarzuela, el soñador soñaba. Soñaba con una realidad sin problemas, donde su alma no tuviera sentimientos, y ello le permitiera estar en paz consigo mismo. Soñaba con amplios espacios para su pequeño universo, donde todo lo que le gustaba tuviera cabida a la vez. Soñaba con el silencio de quienes lo rodeaban, que de una vez por todas se acabaran los deseos bien intencionados pero sin sustento real. Soñaba con ser feliz… de hecho soñaba con conocer al menos una vez en su vida la felicidad, para saber si es que quería ser feliz. Soñaba con que sus sueños se acallaran y dejaran de torturarlo.
De pronto el pianista se detuvo abruptamente, para regocijo y extrañeza de todos; su piano y su voz se silenciaron, y el viejo perdedor, movido como por un resorte se paró del piso cojo que le permitía ganar el alcohol nuestro de cada día. Sin saber lo que hacía cogió un sucio cuchillo de una de las mesas, y sin mediar provocación se abalanzó sobre el soñador, degollándolo de un solo corte. Cuando los otros parroquianos redujeron al viejo y le quitaron el cuchillo, éste despertó como de un trance sin saber qué había hecho. Cuando la mesera se acercó a tratar inútilmente de contener el río rojo que salía del cuello del soñador que yacía en el suelo, creyó ver una sonrisa en la cara del moribundo, y juró leer en sus labios: gracias…