Sentada en su cómodo bergere de cuero, la mujer pensaba en el futuro cercano. Con un vaso de whisky en su mano y un cigarrillo consumiéndose en el cenicero de la mesa de centro, intentaba entender cómo había llegado a ese estado en su vida para poder imaginar cuáles eran los pasos prudentes para dar en su futuro. Si bien era cierto la vida no la había tratado mal, no podía estar plenamente satisfecha con el devenir de su existencia.
Mientras sentía el calor del licor en su cuerpo y veía a través del humo del cigarrillo la ventana del estudio, la joven mujer recordaba su pasado reciente. Luego de recibirse de secretaria empezó a trabajar en una empresa multinacional que llevaba años apoderándose de las materias primas del país a bajo costo, y vendiendo productos elaborados por doquier a precios exorbitantes; su trabajo era el normal de una secretaria ejecutiva, y sufría el mismo acoso que casi todas sus colegas solteras y recién recibidas en su misma situación. La joven no tenía pareja, pero tampoco quería lograr nada a costa de algo que no fuera su trabajo. Su jefe directo la miraba descaradamente a cada rato, con gestos libidinosos obvios que asquearían a cualquiera; lamentablemente ella era el soporte económico de su familia, así que debía obviar toda esa vergüenza si quería seguir trabajando en la empresa.
Un día su obeso y casi deforme jefe la abordó a la salida. Sin miramientos ni respeto alguno la besó a la fuerza y la llevó del brazo a su auto. Una vez dentro le habló directamente: un hombre como él tenía los medios para pagar lo que fuera, pero menos amor; si ella se comprometía a estar con él por siempre, y sin condiciones, tendría el futuro asegurado. La muchacha no supo qué decir, y nuevamente la necesidad primó por sobre su humanidad, y guardó silencio mientras el gordo la llevaba a su casa. Una vez en ella, él la hizo jurar sobre una biblia lo acordado. A los pocos minutos la llevó a su cama, donde se desvistieron y la forzó a tener sexo. No bien hubo terminado, el corazón del gordo no soportó la pasión, y dejó de latir por siempre. La muchacha estaba aterrada: había jurado no dejarlo jamás sobre una biblia, y como buena creyente debía cumplir su palabra.
Sentada en su cómodo bergere de cuero, la mujer pensaba en el futuro cercano. Luego de cumplir su palabra, debía encontrar algo que hacer con tantos millones sin salir de la casa para no romper su juramento. Y mientras pensaba, fumaba y bebía, acariciaba la piel del gordo, que ahora cubría íntegramente su bergere.