El reloj avanzaba lentamente, poniendo más distancia entre segundo y segundo para hacer que el dolor durara más; era la tortura más cruel que podía sufrir un hombre en su condición. Como militar ya sabía de dolor, lo había sufrido incontables ocasiones, pero esto era demasiado. Su cuerpo no aguantaría más esa interminable tortura.
El soldado se encontraba tirado sobre la mesa, casi desmayado del dolor. Hacía ya varios minutos lo habían amarrado, y estaba a merced de lo que tenía que pasar. Cada segundo se hacía peor el dolor, y ya no sabía cuánto más podría soportar.
De pronto entra a la habitación un viejo delgado con cara de apurado. Sin saludar a nadie mira al soldado, y le hace señas a otro de los militares, el cual rasgas las vestiduras y deja al descubierto parte del cuerpo. El enjuto viejo saca raudamente una sierra y sin que casi nadie lo notara amputa la pierna destrozada por las balas enemigas del pobre muchacho, quien luego es emborrachado con media botella de bourbon, recibiendo la otra media botella en el improvisado muñón: por fin el dolor había desaparecido.