Sentada en su sitial de madera tallado a medida y con forma de un esqueleto humano, la vieja cantaba casi inaudiblemente su letanía de siempre. Todos le temían al verla en esa monstruosa silla en su oficina, que desentonaba con la modernidad de su entorno de medio piso en el techo de uno de los edificios más modernos de la ciudad. Era la dueña de uno de los imperios económicos del país, capaz de dar y quitar empleos a millares de personas, y la matriarca de una de las familias más pudientes del continente; en todas las reuniones era la señora, la dama, la gerente general… pero de las puertas hacia fuera todos le decían la vieja.
La vieja casi no hablaba en las reuniones, simplemente miraba y escuchaba a todos hablar, gesticular con mayor o menor grandilocuencia, sudar, temblar y hasta llorar; pero cuando todos terminaban y ya nadie quería agregar nada nuevo, ella simplemente decidía qué había que hacer, sin dar explicaciones ni derecho a réplica.
Nadie sabía la edad de la vieja, pero todos sabían que era vieja. Su exageradamente arrugada piel, su absolutamente cano cabello y las marcadas curvas en su columna la delataban. Pese a ello, todas las decisiones que tomaba eran las acertadas para su empresa, y era quien le abría las puertas a cuanta innovación apareciera en el horizonte.
Esa tarde la vieja estaba como siempre en su sitial esquelético cantando su letanía. Uno de los empleados jóvenes y ambiciosos se había quedado hasta más tarde, con la esperanza de desentrañar los misterios de la vieja y así poder ascender rápidamente en la empresa. Lenta y silenciosamente entró a la oficina de la vieja con la esperanza que su sordera le impidiera notar su presencia. Extrañamente notó que en cuanto entró la vieja empezó a cantar su letanía más fuerte, como queriendo que él la escuchara. Armado de valor se acercó decididamente a la vieja mientras ella seguía cantando, por detrás del horrible sitial: pese a ello no lograba entender lo que decía la letanía. Finalmente la curiosidad lo venció y se paró frente a la vieja para poder saber qué palabras salían de sus labios. En el instante en que lo hizo, la mano de la vieja pasó raudamente frente a su cuello, degollándolo con sus largas y duras uñas. Una vez que el cadáver yacía en el suelo cerró con llave la puerta y empezó a desvestir el cuerpo mientras cantaba su letanía:
“Llega, llega,
llega luego
entra rápido pero con calma
cortaré tu cuello por la orilla
tu ambición revivirá mi alma
y tus huesos reharán mi silla…”