Historia de Sangre ©2007 Jorge Araya Poblete
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Capítulo VIII: CastaLa casa de piedra era enorme, una réplica del castillo del padre de Luz en el pueblo que hacía diez meses no visitaba. Pero pese a haber recordado grandes partes del idioma y de comer permanentemente fuera de su vista, la guerrera seguía viviendo en la pequeña casa de madera de al lado. De todos modos la comunicación había cambiado radicalmente a ambos: mientras Blood ya no era exclusivamente una bestia para ella, Luz tampoco era una potencial comida para él. Ambos estaban conociendo a las realidades tras los individuos… pero las diferencias eran demasiadas para lograr algo más. Ella jamás podría aceptar que él fuera antropófago, pese a que entendía que él había nacido así, y que la vida misma lo había llevado a encerrarse en esa condición, de la cual ya no podía salir; por su parte él no comprendía a los humanos, no entendía los apegos ni el afán de permanecer juntos… no entendía que todos los humanos que había conocido quisieran vivir juntos, y que a él lo hubieran botado cuando niño, obligándolo a vivir solo…Luz había engordado mucho desde que había llegado a su vida. Aún recordaba las primeras semanas, cuando ella le enseñaba las palabras que hoy formaban su vocabulario, las costumbres de su pueblo, sus creencias en seres y cosas invisibles (y no comestibles), sus anhelos, sus temores… pero todo cambió luego que se aparearon. Fue algo casi accidental, una noche de lluvia en que la vieja casa de troncos no soportó el agua y ella decidió quedarse en el castillo de piedra. Luz nunca había querido quedarse, pues su exterior le recordaba el hogar donde había nacido y crecido… pero su interior era un desastre. Si bien es cierto Blood había logrado copiar sin dificultad la obra gruesa, incluidos los detalles arquitectónicos, los cuartos eran dignos de una cueva prehistórica. Todo en ello eran pieles por doquier: como cama, como mesa, como asiento. Esa noche la tormenta arreciaba, y cualquier cosa era mejor que mojarse a la intemperie o en la casa de troncos. Ella llevó consigo un par de cosas que aún le quedaban de su expedición: un pedernal para hacer fuego, y la última botella de vino que bebería esa noche para pasar el frío y para recordar a sus huestes asesinadas por su ahora anfitrión… Él aún no entendía porqué ella se metió al cuarto donde él dormía, si el castillo tenía espacio de sobra; no entendía porqué estaba tan contenta y risueña, si había perdido muchas de sus cosas en la inundación, y la botella de líquido oscuro que traía ya se había acabado; no entendía porqué se metió dentro de sus pieles si le había dejado el doble de las que él usaba; no entendía porqué ella se apareó con él… se suponía que era para tener crías, pero eso nunca le había quitado el sueño… y desde esa vez ella no apareció más en el castillo, y pese a vivir inundaciones mayores que la que hubo esa noche, prefirió aguantar en la anegada casa de troncos…Luz engordaba y engordaba. Cada día estaba más desganada y lenta. Cada día le costaba más recolectar y cazar. Cada día parecía comer lo mismo, pero engordaba más y más. Y no engordaba de todos lados, sino sólo de su abdomen, lo cual limitaba más aún sus movimientos. Blood se percató de ello y se preocupó de cazar mercaderes que vendieran alimentos de humano, para traérselos a ella. Pese a todo eso, Luz apenas le hablaba, y solamente para detalles puntuales y triviales. Una mañana, sin embargo, notó algo raro: Luz era una hembra muy preocupada de sí misma, y esa mañana llevaba el vestido mojado en la entrepierna.- Luz, vestido.- ¿Qué? Habla bien, ya sabes como hacerlo.- Vestido mojado…- al mirarse, Luz gritó de espanto: el día más temido estaba llegando, y no alcanzó a escapar para hacer lo necesario. En ese instante, sus piernas empezaron a flaquear:- Blood… llévame a la casa, rápido… - balbuceó antes de desmayarse. Blood la cargó en brazos hacia su castillo. Mientras la desvestía, la secaba y la cubría con pieles, entendió que Luz estaba a punto de parir. Ya lo había visto cientos de veces en el bosque, pero al parecer hasta para eso los humanos eran raros. Mientras las hembras de los animales del bosque se mantenían en pie y en silencio, listas para esperar la caída al suelo de su cría para comer los restos que quedaban y lamer por completo su piel para activar la circulación, las hembras humanas se acostaban y gritaban; pero era entendible, dentro de sus casas no corrían el riesgo de que sus crías recién nacidas fueran depredadas. Una vez hubo terminado de cubrirla con las pieles más gruesas y suaves que tenía, salió a descansar sus oídos… Un desgarrador grito lo hizo entrar a la casa velozmente. Había dejado a la hembra parir sola, como lo hacían las hembras del bosque. Probablemente ya había parido… pero no, el grito fue el primero de muchos que vendrían durante el resto del día: al parecer sus sentidos no tendrían descanso esa jornada, y no sería por culpa de una presa esquiva. Los alaridos de Luz se le hacían ininteligibles, por lo cual simplemente se quedó ahí. Antes del anochecer y junto con un grito mayor a los previos, una roja cabeza se asomó por la entrepierna de Luz. Instintivamente la sujetó, y ayudó a que saliera el pequeño cuerpo de la cría que habían tenido… ya que ella no lo haría, él se preocupó de lamer la pequeña cría para sacar los restos y activarla, lo cual dio resultado inmediato, provocando el llanto del bebé. Pese a lamerlo bien, su pelo seguía rojo, como el de la madre. Al mirar su rostro, vio en él unos ojos distintos a los de la hembra, de un color como de hojas de arbustos o musgo…Cuando Blood le entregó el bebé, Luz pudo respirar en paz por primera vez desde que había dormido con él esa noche de invierno… el bebé parecía normal, era pequeño, y no tenía dientes… Cuando vio su rojo cabello y sus verdes ojos, como los del padre, comprendió que la vida le estaba dando la oportunidad que jamás creyó que tendría mientras vivió con su familia: ser madre. Ahí, en medio del bosque, en un castillo a la usanza de su pueblo y con una bestia que había diezmado a los suyos y que definitivamente no podía ser humano, había logrado el sueño que le quitaba el sueño. Ahora sólo quedaba verlo crecer, y asegurarse que lo hiciera como humano…