Sentado frente a la nada el más joven de los ancianos no sabía qué hacer. Estaba en la situación más ingrata y complicada que hubiera podido imaginar, y en el momento más inadecuado para vivirla. El hombre era el miembro menos añoso del consejo de ancianos que gobernaba los destinos de la gran tribu del sur del cerro desierto, que se suponía estaba conformado por aquellos nominados por las deidades que les habían dado la vida a ellos y a todo el planeta, pero que en realidad eran nombrados entre ellos y por ellos mismos, ocultos en las sombras de la ignorancia de las gentes de la tribu, obedeciendo a simples criterios de conveniencia económica.
El consejo de ancianos estaba encargado de dictar las directrices de todos los aspectos de la vida en la tribu. Por un consenso tácito era el mayor de los ancianos quien zanjaba las decisiones, luego que cada tema era debatido por los miembros del consejo. Él era el último incorporado a ese grupo de poder, luego de dar a su hija mayor en matrimonio a otro de los miembros del consejo como pago para lograr su nominación (que para la tribu había sido elegido por los dioses). Por tanto, su poder sólo estaba radicado en la posibilidad de tener voz, la más débil dentro de las voces, y donde sólo existía un voto.
Aquella noche se había reunido el consejo a petición del más anciano. No había motivo en especial para reunirse ni temas pendientes que solucionar; pero como fue pedido por el más anciano, fue considerado como una orden por todo el resto de los miembros. Una vez hecho silencio el anciano habló. Dijo que una voz le había hablado en sueños y le había dicho que debía dejar su cargo y entregar su poder al nuevo miembro. Sin dar lugar al debate el más anciano se puso de pie y se retiró, dejando a todos desconcertados y al nominado casi congelado en su puesto. ¿Cómo podría gobernar ese consejo siendo el menor y el más nuevo? ¿Acaso todos acatarían lo que dijo el más anciano, dejando de lado sus ambiciones y envidias por una voz en la mente tal vez delirante de un viejo decrépito?
Sentado frente a la nada el más joven de los ancianos no sabía qué hacer. El consejo aceptó sin reparos su nominación como líder, y ahora el destino de la tribu se encontraba en sus maduras pero inexpertas manos. Tal vez subestimó la influencia del viejo, y no creyó que al ofrecerle a su hija menor las puertas se le abrirían tan fácilmente. Lo que nunca supo es que el saliente líder había negociado que todos aceptaran la voz en sueños, a cambio de compartir a la pequeña niña...