Mientras el sol bañaba la colina luego de una interminable tarde de trabajo, el viñatero miraba con orgullo su viña. Luego de años de estudio y de muchas malas decisiones, había por fin logrado entender el método de trabajo de su padre, y alcanzado el mismo estándar de calidad de los vinos que una tradición de varios siglos había mantenido y que casi se perdió por su culpa.
El viñatero era el heredero de una familia dedicada a la fabricación de vinos reconocidos en todo el mundo que databa del bisabuelo de su bisabuelo. En la galería que hacía las veces de entrada de la bodega familiar estaban colgados los cuadros de todos sus predecesores, hombres esforzados que habían dedicado sus longevas vidas a la mantención de vinos incomparables de nivel mundial, que acostumbraban ganar todos los premios habidos y por haber. Su padre lo instruyó desde joven, pues siempre era el hijo menor el elegido para darle continuidad al secreto de la viña, y el obligado a mantener al resto de la familia en la industria vitivinícola y de traspasar su secreto a las generaciones venideras.
Con el paso de los años la calidad de los vinos se empezó a estancar, cosa que no preocupó mayormente al heredero, pero que generó un cambio notorio en el ánimo de su ya viejo padre. Un día, cuando ya las ventas empezaron a mermar y las ganancias a hacerse cada vez más exiguas, el padre llamó al hijo y le pasó un viejo manuscrito con el secreto de la calidad de los vinos. El hijo lo leyó incrédulo, y sin hacer caso del papel y de los ruegos de su padre, se marchó para empezar a contactar a expertos internacionales que lo ayudaran a cambiar a su modo los problemas que vivía la viña. Cinco años después, ya cerca de la quiebra, el hijo fue al padre para pedirle consejo.
Mientras el sol bañaba la colina luego de una interminable tarde de trabajo, el viñatero miraba con orgullo su viña. Ya pasado el dolor de haber tenido que degollar a su padre y hacer pasar la muerte por un accidente, de recoger toda su sangre en una fuente de oro, y de regar con esa sangre las vides originales la primera noche de luna llena de la primavera, y de ver cómo al despuntar el alba las vides habían recobrado su antigua vitalidad, entendió que la tradición siempre tendría un alto precio. Y mientras se acercaba en su camioneta a la casa patronal, veía cómo a la entrada de la casa su hijo de 3 años jugaba, despreocupado del futuro.