El viejo alquimista pensaba aceleradamente. Su cerebro estaba en una tremenda disyuntiva que debería resolver en el más breve plazo, y cuya decisión influiría directamente en el resto de su vida.
El alquimista había dedicado toda su vida a la búsqueda de la piedra filosofal. Como todos sus colegas debía trabajar oculto para no ser acusado de brujería y terminar sus días en la hoguera de la ignorancia como tantos otros científicos de la época. Como todos sus colegas había hecho intento tras intento sin dar con el objeto de su búsqueda. Como algunos de sus colegas había logrado descubrir un par de cosas que para él eran intrascendentes, pero que probablemente en el futuro alguien las publicaría o interpretaría y se haría famoso. Pero como ninguno de sus colegas, él sí había descubierto algo de alquimia pura: era capaz de controlar los elementos.
Durante uno de sus experimentos más atrevidos, luego de décadas de errores , hizo una mezcla de hierbas y minerales tratando de crear algún elixir que le diera la vida eterna; al terminar de hacer el brebaje, y estando casi seguro del resultado, decidió probarlo en si mismo, pero en cuanto lo bebió se desmayó. Cuando despertó, se dio cuenta que era capaz de guiar a su antojo a los cuatro elementos con solo pensarlo. Las potencialidades de su descubrimiento eran ilimitadas, si lograba que lo escucharan y le creyeran que no era brujería sino ciencia, sería el salto definitivo de la humanidad hacia un futuro mejor. Cuando se disponía a escribir la fórmula del brebaje, sintió fuertes golpes en su puerta.
El viejo alquimista pensaba aceleradamente. Su cerebro estaba en una tremenda disyuntiva que debería resolver en el más breve plazo, y cuya decisión influiría directamente en el resto de su vida. Luego de ser detenido por la inquisición, torturado y no ser escuchado por nadie, estaba atado al madero que lo sostendría en la hoguera. Tarde comprendió que el mundo jamás estaría listo para saltar hacia los límites de la mente. En ese instante decidió lo mejor para todos: ordenó al fuego que lo quemara rápido para que no quedara vestigio de su conocimiento, mientras su alma era liberada de las garras del demonio de la irracionalidad.