La nebulosa de energía creada durante décadas de desarrollo ya estaba lista. Una centésima de año luz de diámetro era suficiente como para cambiar el equilibrio gravitacional en todo el sistema solar, y con ello acercar un poco más a los científicos de la Tierra a convertirse en seres cercanos a la divinidad, no en cuanto deidad, sino en la posibilidad de crear y modificar definitivamente la creación cósmica. Cientos de miles de millones de dólares, miles de muertos en ensayos fallidos, y casi un siglo de ingenios estaban llegando a su fin. La gigantesca máquina cuántica instalada en la luna había parido su hijo, que brillaba de día y de noche en el cielo, como un segundo sol o una segunda luna según fuera el caso.
La nebulosa de energía estaba contenida a distancia por la máquina cuántica para mantenerla estable hasta que llegara el momento de activarla y gatillar los cambios necesarios para que el sistema solar ya no se conociera como tal (pues los terrestres seguimos pensando que el modo en que nombramos las cosas es universal e inmodificable) sino como Sistema Humano, pues desde que se activara la nebulosa el sistema se adaptaría al gusto del hombre y no a los designios del universo. Tal era la energía de la nebulosa que la luna vibraba peligrosamente, poniendo en riesgo el equilibrio de las mareas en la tierra y la inspiración de cientos de enamorados y poetas; pero eso ya poco importaba, si la nebulosa cumplía su cometido no sería mayor problema reinstalar, ahora por mano de la diosa ciencia y sus pontífices los científicos, a la luna y cualquier otro cuerpo estelar en su lugar de siempre, o donde al humano le acomodara más.
El momento estaba por llegar, ya se estaba iniciando la cuenta regresiva, todos los habitantes de la Tierra estaban mirando por televisión el momento del gran salto de la humanidad hacia el escalón siguiente de la evolución, el homo dei. De pronto un pequeño asteroide golpeó con fuerza la máquina cuántica en la luna destruyéndola y liberando la nebulosa. La gran creación de la ciencia humana enfiló raudamente hacia el sol, fundiéndose sin dejar rastro con el astro rey, que ahora al parecer se coronaba de emperador. Si tan solo los hombres de ciencia no hubieran hecho caso omiso de las advertencias de los hombres de dios...