La muchacha apuntaba a la cabeza del cazador. Luego de semanas de ser perseguida por el cazador de humanos, de haber visto cómo mataba a toda su familia y a varios de sus amigos, de hacerla perder por ende su trabajo y todo su entorno social, el maldito desgraciado había cometido un error y ahora estaba a merced suya. El revólver calibre 45 estaba cargado, el cazador estaba desarmado e indefenso, arrodillado a sus pies esperando su destino. Sabía que el tipo era el mejor sicario de la mafia, sabía que además de cazador de humanos le decían “el griego” pese a su pálida tez, ojos celestes y pelo casi albino; sabía que nadie se había salvado con vida de su persecución, sabía también que era su culpa el estar en esa situación por haberle robado drogas y dinero al capo de la mafia y por haber matado a su hijo (pese a ser en defensa propia, cosa que por supuesto a nadie importaba). Y ahora sabía que por fin terminaría con el reinado del más temible sicario del que se tenía conocimiento, reventando su cabeza con una bala del 45, y que no sabría jamás por qué le decían el griego. También sabía que probablemente ese sería el penúltimo acto de su vida, y que el siguiente sería reventar su propia cabeza con otra de las balas del revólver: ya sin familia, amigos, trabajo ni vida, parecía no valer la pena seguir gastando el aire del resto. Además, cuando la mafia supiera que había sobrevivido y muerto al griego, la persecución se convertiría en un martirio, y su muerte sería lenta y dolorosa.
La muchacha apuntaba a la cabeza del cazador. Sin pensarlo dos veces amartilló el arma y descerrajó un tiro en la frente del griego; luego de verlo caer de lado y sangrar profusamente volvió a amartillar el revólver y puso la bala que seguía en su propia sien. Un par de minutos después el cazador de humanos reaccionó y se puso de pie, secando la sangre de su cabeza mientras el agujero se cerraba por sí mismo. Con la misma calma de siempre recogió su arma, botó los dos casquillos e inició el retorno a su hogar. Tal como todas sus víctimas, la pobre desgraciada nunca supo que le decían el griego por la mitología, y que el centro de su vida no estaba ni en su corazón ni en su cerebro, sino en su hígado...