El dirigible 202 se
disponía a despegar desde la torre ubicada a la entrada de Ahumada,
en la estación de tranvía del mismo número. El servicio integrado
de tranvía urbano y dirigibles luego de la fusión de Líneas Aéreas
Nacionales y Empresa de Tranvías del Estado había dado lugar a una
gran compañía de transportes intraurbano, conocida coloquialmente
como LanEte, que facilitaba y abarataba los costos de movilización
dentro del Gran Santiago y con Santiago del Aire, la ciudad voladora
ubicada a mil metros de altura sobre la capital de la república. El
Ministerio de Obras Públicas y el Ministerio de Tecnologías del
Vapor habían logrado esa solución para paliar el hacinamiento
dentro de la ciudad, fruto de la constante migración desde el norte
y el sur, de gente que quería disfrutar de los adelantos
tecnológicos del vapor que abundaban en la capital y que apenas se
veían de vez en cuando en provincias. Dicha discriminación generó
una sangrienta guerra civil de los ejércitos de las provincias
contra la milicia capitalina: las tropas de provincias estaban bien
preparadas, con soldados perfectamente entrenados y una disciplina y
bravura incomparables, pero que lamentablemente eran insuficientes
para contrarrestar a la moderna y poderosa Fuerza Aérea compuesta
por dirigibles de todos portes y artillados de tal modo de
convertirse en fortalezas de combate voladoras impenetrables. El fin
de la guerra dejó una capital más poderosa y millonaria, y
provincias pobres y diezmadas, que sólo podían intentar luchar por
no morir de inanición. Ello llevó a un éxodo masivo desde el norte
y el sur que rápidamente repletó la ciudad, generando campamentos y
tomas que en un principio estaban cerca de los límites de la capital
con las comunas agrícolas de la periferia, pero que pasados los
meses comenzaron a ocupar más lugar hacia el interior. El gobierno
federal de Santiago comprendió que intentar erradicar a esa gente
generaría una insostenible nueva guerra civil, que podría hasta
poner en peligro las fronteras nacionales, por lo que encargaron a
Obras Públicas alguna solución. Un par de meses después, y luego
del concurso de privados y del Ministerio de Tecnologías del Vapor,
se presentó el gran proyecto: un nuevo Santiago, al que llamarían
Santiago del Aire, ciudad que mantendrían levitando a gran altura
gracias a cientos de motores a vapor que le darían un flujo
permanente de helio a miles de grandes globos con armazones similares
a los de los dirigibles en uso en ese entonces.
El trabajo de construcción
de las bases de la ciudad fue sobrehumano. El levantamiento de tamaña
obra -del porte de la comuna de Santiago- se hizo en el camino entre
la capital y el puerto de Valparaíso, en terrenos aledaños a la
línea del tranvía interurbano para no alterar las principales rutas
de vuelo de los dirigibles de LanEte. Quienes pasaban a distancia en
el tranvía o en dirigible, o más de cerca en los automóviles de
caldera de vapor, quedaban pasmados al ver una mole de acero de diez
pisos de alto y miles de metros de perímetro irregular levantándose
casi en medio de la nada. En ella, decenas de miles de obreros, los
mismos ocupantes de campamentos y tomas, se esmeraban en construir
una obra del más alto nivel, que les asegurara la calidad de vida
que de una vez por todas merecían los habitantes de provincia. Los
pisos de más abajo estaban creados para instalar calderas, motores y
todos los artefactos necesarios para mantener en el aire la ciudad de
manera segura; los de más arriba llevarían alcantarillados,
cañerías, y probablemente dejarían el espacio necesario para la
instalación de una suerte de tren subterráneo que conectara una red
de estaciones entre sí, cosa impensable para el desarrollo de la
tecnología del vapor, al menos bajo la superficie de la capital, por
el riesgo de inundar todo de vapor y provocar la muerte de muchos
pasajeros producto de la desesperación, y de todos modos innecesario
gracias a la presencia de las máquinas de la compañía LanEte. Una
vez terminada la monstruosa estructura y mientras se avanzaba en la
habilitación de todos los servicios y conexiones que estarían
ubicados en dicho lugar, otras decenas de miles de personas empezaron
a cubrir de diversas capas de material poroso toda la superficie de
metal, para luego empezar a cubrir de tierra la nueva ciudad, y con
ello darle la posibilidad de albergar vida en su superficie. Los
millones de metros cúbicos de contenido fueron sacados de varias
regiones del país para no producir un impacto medioambiental mayor
en la zona donde se armaba la ciudad, y para darle la diversidad de
capas exigida por los geólogos para aprobar su funcionamiento.
Pasados dos años del inicio de las obras, y mientras aún se
trabajaba en la plataforma de servicios y sustentación y se seguía
rellenando la periferia de la ciudadela de capas y capas de tierra,
empezó la construcción de la civilización que cubriría la ciudad
y le daría la habitabilidad necesaria para entregarle un nuevo
futuro a la gente de provincias que viviría allí. El proceso fue
lento, levantar esa cantidad de edificaciones, servicios, calles,
líneas de tranvía, para albergar a más de tres millones de
habitantes era casi impensable. Recién luego de cinco años de
enconado esfuerzo de los habitantes de la nueva ciudad, sus
edificaciones estaban listas para ser habitadas con todos los
servicios que requerían para un pasar digno. Durante ese tiempo
vivieron en campamentos armados en la misma ciudad que construían,
mientras sus familias lo hacían en los alrededores de la ciudadela,
para mantener a las familias unidas y darles a todos la posibilidad
de ayudar a ser constructores de su futuro y ver cómo avanzaba el
sueño que les habían prometido. Pero aún faltaba una de las partes
principales de la innovadora idea: la maquinaria necesaria para
elevar y mantener en el aire ese esperpento amorfo.
En paralelo al inicio de
la construcción de las viviendas, los motores instalados en las
bases empezaron sus primeras pruebas para detectar fugas, fallas y
riesgos al hacerlos funcionar sobrecargados: fue en esa etapa en que
se produjeron más muertes, debido a las explosiones de las calderas
cuyo diseño y tamaño no eran los adecuados para la función
deseada. Equipos de ingenieros militares se unieron a la gente de
Obras Públicas y a los de Tecnologías del Vapor y los ayudaron a
potenciar sus máquinas con algunos materiales y refuerzos utilizados
en la industria militar, los que lograron entregar la energía
suficiente para las exigencias del proyecto. Luego de ello los
equipos de ingenieros rediseñaron los dirigibles que sostendrían
toda esa gran mole, reforzando pilares y armazones internas, y
creando un revestimiento de mayor resistencia a los cambios de
temperatura y que pudiera ser reparado o reemplazado por partes, para
no alterar la operatividad del sistema. Faltando poco para que
terminaran de armar los hogares definitivos y poco antes de iniciar
la construcción de tranvías y servicios públicos, se hizo la
prueba general de elevación. Cuando estaban a punto de despegarse
del suelo, las calderas llegaron a sus temperaturas límite, poniendo
en riesgo la integridad de los remaches de toda la plataforma, por lo
que hubo que detener el ensayo e iniciar el diseño, armado e
instalación de cientos de rotores enmarcados para poder ventilar
toda la base metálica de la ciudad y permitir que todo funcionara
sin peligro para sus futuros habitantes. Dada la complejidad de las
operaciones, se decidió no volver a hacer pruebas hasta la
inauguración de la ciudad.
A los diez años de
iniciado el proyecto el Presidente de la República y el Gobernador
Federal daban por inaugurada Santiago del Aire, la única ciudad
voladora del planeta. Luego del nombramiento del primer Alcalde de
Aire, del corte de cinta, la bendición religiosa y el bautizo con la
consabida botella de champaña, las autoridades se alejaron a
distancia prudente en un dirigible para ver el triunfo de la
tecnología o el colapso irreversible de sus carreras políticas. Las
calderas y motores estaban encendidos desde antes, en espera del
momento de iniciar su vuelo. En cuanto se dio la señal las calderas
aumentaron abruptamente su temperatura y los motores se aceleraron lo
suficiente para empezar el bombeo de helio hacia los miles de
gigantescos dirigibles que sostendrían el portento. La tensión en
los operarios era enorme, de hecho muchos de ellos debieron tomar
tranquilizantes para poder hacer su trabajo, y algunos debieron ser
reemplazados al caer en pánico en las horas previas al inicio de las
operaciones. Los minutos pasaban y la ciudad permanecía en su sitio
ante la preocupación de sus habitantes y autoridades, mientras en
sus entrañas los trabajadores vigilaban las válvulas de presión
de las calderas y los pistones de los motores para cerciorarse que
nada explotaría. De pronto los marcos de los soportes metálicos
empezaron a crujir, lo que hizo que los operarios empezaran a buscar
fugas, filtraciones o piezas fuera de lugar, sin encontrar nada
extraño; pese a ello los crujidos aumentaban con el paso de los
segundos. En ese instante uno de los banderilleros de tierra,
encargado de dar las señales a la gente de a bordo, empezó a agitar
sus brazos y a apuntar al cielo con sus banderas; acto seguido el
resto de los banderilleros se sumaron a esa extraña coreografía,
hasta que llegó la comunicación oficial desde tierra: Santiago del
Aire estaba despegando. A los cinco minutos, y luego de crujir
desaforadamente por todos lados, la ciudad voladora estaba a cien
metros de altura, llegando a los mil metros en apenas quince minutos;
media hora más tarde, y gracias al uso de los timones de los
dirigibles para usar las corrientes de viento, la ciudad voladora se
ubicaba sobre su homónima terrestre.
Desde tierra la imagen era
sobrecogedora. Sobre la capital una mole del tamaño de la comuna
ocultaba parcialmente los rayos del sol y se mantenía suspendida de
la nada, amenazante, como si en cualquier instante se dejara caer
sobre tierra para reemplazar a la capital y sus habitantes
originales, fruto de un plan maquiavélico urdido entre el gobierno y
las regiones para quizás qué extraño fin. Pero nada de eso parecía
ocurrir, Santiago del Aire seguía en su lugar, y salvo algunos
tornillos y restos de tierra que caían de vez en cuando, al llegar
la noche seguía donde mismo. Al amanecer siguiente nada había
cambiado en Santiago, salvo la cada vez menos aterradora imagen de la
mole sobre sus cabezas. Al terminar esa semana, LanEte inició sus
vuelos regulares a Santiago del Aire usando como terminal la estación
de tranvía Ahumada. A partir de ese día muchos santiaguinos pagaron
su pasaje para ir a conocer su comuna hermana, y cientos de airinos
hicieron de Santiago un destino cercano, acogedor, y hasta propio.
El dirigible 202 se
disponía a despegar desde la torre ubicada a la entrada de Ahumada,
en la estación de tranvía del mismo número. Los viajes
intercomunales entre ambas Santiagos ya eran comunes, luego de un año
de inauguración del portento tecnológico. Los pasajeros abordaban
en orden la nave para hacer el breve pero siempre sorprendente viaje
a la nueva comuna. De pronto un ensordecedor ruido se apoderó del
ambiente en las dos Santiagos: poderosas sirenas de alerta de
bombardeo, utilizadas durante la guerra civil, empezaron a sonar por
todos lados. De inmediato Carabineros evacuó todos los dirigibles,
los que fueron enviados a Santiago del Aire: al parecer algo andaba
mal y había que evacuar lo más rápido posible a todos los
habitantes de la mole. Los temores resurgieron en los santiaguinos,
si iban a evacuar existía el riesgo que el esperpento cayera sobre
sus cabezas, y con ello perecerían todos, pues una cosa era evacuar
a los tres millones que vivían en la mole, y otra muy distinta era
evacuar la comuna, tarea simplemente imposible: si las decisiones no
eran las correctas, más de seis millones de almas estaban en riesgo
vital. Al poco rato y de todas partes, gigantescos dirigibles
militares enfilaron hacia Santiago del Aire para ayudar con la
evacuación de civiles, quienes fueron rápidamente dejados en
Santiago para que las autoridades en tierra decidieran cuáles eran
los pasos a seguir para mantener la seguridad de la población.
Cuando aterrizaron los primeros dirigibles la información era
confusa: según todos los pasajeros, los dirigibles llegaron llenos
de militares a la plataforma, quienes se quedaron en ella mientras la
población bajaba. Extrañamente los soldados no iban con ropa de
rescate sino que con tenidas militares y fuertemente armados. Luego
de quince horas de vorágine se logró evacuar a todos los civiles,
quedando el armatoste flotando donde siempre, hasta que todos los
dirigibles se estacionaran en su superficie. De improviso los rotores
ubicados en la parte baja de la plataforma base empezaron a girar a
gran velocidad pero sólo los que apuntaban hacia el sur: ante el
asombro de todos en tierra, Santiago del Aire inició un lento
movimiento hacia el norte, que poco a poco empezó a ganar velocidad.
En ese instante, y a través de los parlantes de todas las
estaciones de tranvías y dirigibles de LanEte, y de los
altoparlantes de cientos de vehículos policiales, se ordenaba a la
población ir a sus hogares y albergar a quienes pudieran de los
habitantes de Santiago del Aire: la ciudad voladora no era tal sino
un gran portadirigibles volador, cuya misión era conquistar todos
los territorios hasta el Ecuador y crear los Estados Unidos de
Sudamérica.