Un viento frío hacía bailar las
ventanas de la casa abandonada. Cada ráfaga que violentaba la
velocidad continua del viento hacía que las ventanas se golpearan
con fuerza contra las paredes haciendo crujir la madera, única parte
indemne pues los vidrios se habían quebrado varias tormentas atrás.
La vieja casa de ladrillo con terminaciones en madera estaba a punto
del derrumbre, producto del abandono y los saqueos de que había sido
víctima en los últimos indignos años de su historia. Ahora no
quedaba más que un caserón vacío a merced de los caprichos del
clima, y de la maldad de los vivos que circulaban o hasta pernoctaban
en sus restos.
Una joven muchacha embarazada y a punto
de dar a luz corría presurosa por la oscura calle, a la máxima
velocidad que su gravidez le permitía; sabía que la iban siguiendo,
y que si no encontraba un lugar seguro, ni ella ni su hijo por nacer
tendrían futuro. De pronto se encontró, casi al llegar a una
esquina, con la casa abandonada; pese al riesgo que estuviera ocupada
por vagabundos, adictos, traficantes o inclusive psicópatas, abrió
la desvencijada reja y entró en ella, pues cualquier riesgo era
menor frente a ser capturada. La casa en penumbras recibió a la
muchacha en silencio, para luego de algunos segundos empezar a crujir
a cada paso de la joven, como si su sola presencia fuera capaz de
transmitir al abandonado esqueleto de vivienda el temor que sufría
en esos instantes. La muchacha recorrió el lugar en silencio para
asegurarse que nadie pernoctara esa noche allí, y poder sentirse
algo más segura que lo que estaba afuera. De pronto unos pesados
pasos se escucharon en la calle, siguiendo las instrucciones de una
voz que los conminaba a buscar con cuidado y en cada rincón de la
cuadra para dar con la muchacha: uno de los hombres abrió la reja y
entró a la casa a hacer su trabajo. La joven aterrorizada buscó por
todos lados hasta que una de las paredes del dormitorio cedió: había
encontrado la puerta de un closet, en el que se acurrucó en el
rincón cubierto por la hoja de madera. El hombre inspeccionó todas
las habitaciones; cuando llegó al cuarto donde estaba el closet, la
muchacha aguantó la respiración hasta que el tipo terminó de
buscar; en un instante el hombre descubrió el closet, pero tal como
ella esperaba, la sombra de la puerta y del tabique de la pared la
ocultaron a la vista de su perseguidor. Un par de minutos más tarde
la casa dejó de crujir bajo los pasos del hombre y la voz que daba
órdenes se escuchaba cada vez más lejana.
La muchacha por fin podía respirar en
paz, la vieja casa la había acogido y protegido justo a tiempo.
Cuando la chica creía que sus problemas habían terminado, se dio
cuenta que por sus piernas corría una gran cantidad de líquido
transparente, señal inequívoca que el trabajo de parto había
comenzado. La joven se acostó nerviosa en lo que quedaba del piso de
madera del desvencijado dormitorio, y se dispuso a parir el fruto de
Satanás que llevaba en su vientre. Al parecer el padre de la
criatura había ayudado para que los ángeles guerreros no pudieran
encontrarla a tiempo e impedir el nacimiento de la bestia destinada a
acabar con todo y todos sobre la faz de la tierra. La joven virgen se
sentía segura, a sabiendas que sus perseguidores estaban lejos y la
casa la protegería de ellos. En cuanto la bestia nació, la
construcción volvió a crujir: de un instante a otro los crujidos
dieron paso a un temblor, el temblor a un derrumbe, y el derrumbe a
un colapso de la tierra bajo ella, destruyendo la vieja construcción
y llevándose con ella a sus dos habitantes. El caserón había
cumplido su designio final; no por nada había sido construída en el
terreno donde alguna vez una iglesia consagrada al arcángel Gabriel
se levantaba, custodiando a la gente de bien.