La muchacha ordenaba con delicadeza y
tranquilidad los huesos en el osario. La modesta caja de piedra donde
guardaba los restos para ocupar menos espacio en el cada vez más
atestado necrocomio, tenía el tamaño preciso como para albergar
todos los huesos de una persona cómodamente, y así dejar lugar a
que otro cadáver fresco pudiera tener un sitio seguro donde
descomponerse hasta estar listo para reposar eternamente en su propio
osario. La joven había llegado temprano al lugar, pues le habían
avisado que el cuerpo de su difunto esposo ya estaba reducido a
huesos, y estaba listo para que ella los pudiera recuperar de aquel
asqueroso sitio creado a espaldas de dios y a vista y regocijo de
Hades. Ya era cerca de mediodía, y aún seguía limpiando uno por
uno los huesos de su amado, y depositándolos con cariño y orden
absoluto en la caja. En general el proceso de recuperar los huesos
era el más complicado, pues cada deudo debía hacerlo por sus medios
o pagar por ayuda, dado el peligro que representaba estar en medio de
un sitio con hedor a muerte en todas sus etapas de desarrollo, e
infestado de todo tipo de animales de carroña, puestos ahí para
apurar el proceso y acortar la espera de los deudos que querían
recuperar luego lo que quedaba de sus pasados, y de quienes pujaban
por tener dónde dejar los cadáveres de sus seres queridos para
evitar que tuvieran un futuro peor. La joven simplemente entró al
terreno, se dirigió a la ubicación que le dieron de los despojos de
su amado, los echó a una bolsa y se los llevó a la habitación
donde la esperaba la caja de piedra, sin siquiera mirar todo lo que
ocurría a su alrededor.
La muchacha limpiaba con cuidado y
dedicación cada hueso, preocupándose de retirar todo resto que
quedara en su superficie y que pudiera opacar su descanso eterno. Ya
tenía destinado un espacio en el patio de su casa, a los pies de un
gran ciruelo que su hijo y sus amigos usaban de día para jugar, pues
en él estaba instalada una vieja casa de árbol; en la noche, el
cuartucho de madera servía de puesto de vigía, por lo que el lugar
era perfecto para el descanso final del dueño de casa. El proceso de
limpieza de los huesos era vital, la muchacha ya había visto lo que
pasaba cuando quedaban restos no óseos dentro del osario, y no
quería que sus hijos fueran testigos a tan temprana edad de la
realidad del entorno en que estaban viviendo.
La muchacha por fin terminó de hacer
su trabajo. Luego de acariciar por última vez los huesos limpios de
su amado selló el osario y lo colocó en su vehículo para llevarlo
a casa y darle el reposo definitivo que merecía, como todas las
víctimas del maldito virus que crearon accidentalmente mientras
trabajaban fabricando una vacuna contra la diseminación zombie, en
un laboratorio clandestino. Luego del término de la raza humana, la
civilización zombie era la reinante en el planeta, y debían luchar
por defender su forma de vida de los nuevos infectados.