Si entras a este blog es bajo tu absoluta responsabilidad. Nadie asegura que salgas vivo... o entero. Si imaginaste que aquellas pesadillas interminables que sufrí­as de niño cuando te daba fiebre eran horrorosas, prepárate para conocer una nueva dimensión de la palabra HORROR...

miércoles, octubre 24, 2012

Sorpresa

El viejo antropófago inmortal yacía en su falso lecho de muerte. Luego de algo menos de ochenta años viviendo en el mismo lugar, había llegado el momento de mudarse y empezar una nueva pantalla que le permitiera seguir alimentando su cuerpo de cuerpos humanos, y su alma de humanidad. Después de centurias en lo mismo, ya no era conflicto filosofar con su comida; mal que mal, luego de asesinarlos y devorarlos, sus conocimientos no se perdían en el limbo de la sabiduría no compartida, sino quedaban en su mente para ser usados o compartidos en alguna de las realidades que se inventaba para poder seguir viviendo su esencia, y sufriendo su incapacidad para morir.

El sempiterno monstruo no se cansaba de devorar humanos. Después de haber convivido desde tiempos inmemoriales con ellos sabía de lo que eran capaces de hacer, frente a lo cual sus asesinatos y antropofagia eran meros juegos de niños, y casi una necesidad para recordarle a esa extraña raza con la cual compartía sólo su forma externa, que pese a sus ambiciones y a su ego, eran efímeros e intrascendentes como individuos. Cada vez que llegaba a algún nuevo lugar y empezaba diezmar a su población, debía inventar alguna coartada para no ser inculpado: generalmente a la quinta o sexta víctima ya había aprendido las costumbres de su nueva cota de caza, por lo cual empezaba a seleccionar a aquellos sin familia, lo suficientemente pobres, o a delincuentes odiados por todos, para que sus desapariciones no causaran mayor impacto en los vecinos del lugar.

Esa noche el viejo antropófago actuaba su papel de agonizante. Había dejado pasar un mes sin comer, con lo cual había bajado de peso y tomado un asqueroso tono gris violáceo en su piel, que daba a entender que estaba en las últimas, cuando solamente estaba con algo de apetito. Su libreto era simple y completamente efectivo: luego de un par de horas de sufrimiento para convencer a quienes rodeaban su cama, espiraba sonoramente y quedaba en apnea algunas horas, hasta que su cuerpo era depositado en un cómodo cajón, en el que volvía a respirar con toda tranquilidad. Una semana después, luego de llevar cuatro o cinco días bajo tierra, simplemente rompía el ataúd y salía de la tumba, tratando de hacerlo de noche para no ser descubierto. La mayoría de las veces su primera comida pos mortem era el guardia del cementerio, cuyos huesos depositaba en su tumba para darle justa sepultura a quien tal vez no merecía morir. De sus bienes no recuperaba nada, lo que daba exactamente lo mismo: lo material era completamente prescindible después de tantos siglos de existencia.

Luego de morir en su cama y aguantar la respiración poco menos de una hora, llegó el ataúd donde lo depositaron. La caja era bastante incómoda, sin los acolchados a los que estaba acostumbrado cada vez que moría; le parecía un poco extraño tanta premura por sacarlo de la cama y meterlo al cajón, pues siempre debía estar varias horas rodeado de gente llorando cínicamente su partida, en espera de haber sido recordados en algún testamento que jamás había escrito. Ahora no hubo llantos, besos ni abrazos al cadáver, sino huida y premura; en cuanto lo metieron al cajón martillaron rápidamente la tapa, lo sacaron del lugar donde había vivido toda esa farsa llamada vida y lo subieron a una carreta con caballos que partió rauda con rumbo desconocido. El antropófago estaba intrigado pero no asustado, ya había pasado por muchas muertes, inclusive en algunas oportunidades fue descubierto y sometido a crueles torturas que apenas le dejaron algunas cicatrices que no duraron más allá de una tarde. Ahora no le quedaba más que esperar para saber qué sorpresa le tenían preparada los humanos.

Después de una hora de frenética cabalgata la carreta se detuvo, y el ataúd fue llevado en andas; era fácil reconocer el vaivén de la marcha humana cargando su cuerpo en una caja, por lo que suponía estaba pronto a ser sepultado y por ende, salir de la curiosidad. De improviso su ataúd fue depositado en otra plataforma que se empezó a mover con suavidad por cerca de media hora más. Cuando el movimiento se detuvo el antropófago inmortal sintió ruido como de cadenas, luego de lo cual su cajón fue levantado y lanzado por los aires: un par de segundos después el fondo del ataúd chocaba contra la superficie del mar, y empezaba a llenarse velozmente de agua. En el instante en que el inmortal intentó liberar la tapa descubrió que el cajón había sido amarrado con pesadas cadenas para impedir su salida y para hacer las veces de lastre. Los humanos le habían ganado esa batalla, el paso siguiente era esperar dar con el fondo del mar, y una vez ahí encontrar algún punto débil en la caja para poder escapar y planificar su venganza contra esa raza maldita, una vez hubiera vaciado el agua de mar de su estómago y pulmones.

2 Comments:

Blogger LA LOCA DE LA CASA said...

Puchas jorge, sinceramente, creo que este cuento está muy débil y obvio. Sorry, qué pachóooo?

6:12 p.m.  
Blogger Unknown said...

Inmortal? Pa mi que muere igual.

12:42 a.m.  

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