El juglar llegó silencioso al pueblo,
por el camino prinicipal y teniendo cuidado de no ser atropellado por
los imrpudentes jinetes de Su Majestad. A poco andar se encontró en
la plaza del pequeño villorrio; en cuanto se sentó en una de las
piedras que protegían el pozo y sacó su laud, niños y adultos lo
rodearon para escuchar la historia que el artista les cantaría. Por
ser un pueblo pequeño y pobre, eran pocos quienes se detenían a
cantar relatos en su plaza, dado lo exiguas de las propinas; sin
embargo, ese poeta de la música sí se arriesgó a ganar poco, con
tal de alegrar en algo las vidas de los villanos. Luego de un par de
minutos de afinación del instrumento, y de un sorbo de agua para
aclarar la voz, el juglar tocó un par de compases de introducción y
empezar a cantar su relato, que versaba así:
“Cierta tarde en la ciudad
de más baja calidad
del Reino de la Pobreza
donde manda la pereza
llegó un muy feo juglar
a dejarles un cantar
a los villanos creyentes
que morirían valientes
esa tarde en la plaza”
Un murmullo generalizado llenó el
ambiente, luego de lo cual se hizo un nuevo silencio para escuchar la
estrofa siguiente:
“Todos miran asustados
al artista desgraciado
enemigo del dragón
quien arrastra destrucción
y que persigue celoso
al artista veleidoso
que almorzó un año nuevo
con gran gula los tres huevos
hijos de dragón y dragona”
El murmullo dio paso a asustadas
miradas al cielo, y de cada vez más fuertes amenazas al juglar para
que abandonara luego la ciudad; el hombre, haciendo caso omiso a las
amenazas, prosiguió con su canto:
“En el cielo un silbido
pues sus alas ha batido
anuncia el ataque final
llamarada terminal
quemará a pobres villanos
que por lentos y marranos
no quisieron escapar
al terminar de escuchar
la estrofa tercera”
Terminado su canto un silbido se
escuchó en el cielo, y el batir de las alas de la gran bestia
levantó baldes y techos sin dificultad. De inmediato los aterrados
habitantes iniciaron una fuga descontrolada por el camino de salida
del villorrio, tratando de alcanzar lo antes posible el río que
quedaba a unos dos kilómetros de distancia, para evitar morir
quemados. El juglar miraba divertido la escena, mientras el dragón
seguía revoloteando en el aire, lanzando una que otra llamarada a
quien intentaba mirar atrás. De pronto el monstruo aterrizó al lado
del juglar, quien nuevamente tomó su laúd e interpretó la última
estrofa de su cantar:
“Aquí termina la canción
de la cruel maldición
que en hombre al dragón convirtió
y a su hembra no tocó;
y el dragón se ha de vengar
cantando como juglar
espantando a los humanos
por su pareja ayudado
y luego las cosas robar
y el resto del pueblo quemar
por toda la eternidad”