Te perdí. Tu cuerpo se aleja de mí flotando en las trasparentes aguas
del torrentoso río, sin posibilidad alguna de alcanzarlo para atesorarlo
nuevamente entre mis brazos, y revivir en mi mente los recuerdos que evoca tu
ausencia. Nunca fui capaz de demostrarte cuánto te amaba, pese a repetirlo una
y mil veces, junto a ti y en soledad.
Te perdí. Amaba acariciar tus dedos, entrelazarlos con los míos, jugar
como si la vida fuera un juego, y no la dolorosa realidad que consume nuestras
alegrías día tras día, para convertirlas en amarguras, socialmente correctas
pero amarguras al fin y al cabo. El entorno mató nuestra alegría, y nunca quise
reconocer que yo era parte importante de ese entorno.
Te perdí. Las palabras sobran en este momento de soledad y dolor, en
que sólo vivo de recuerdos y sueños imposibles. Sueño con estar en paz, con
despertar en paz, con trabajar en paz, con descansar en paz… pero eso está
vedado para algunos de nosotros, debemos estar angustiados, trabajar
estresados, despertar acelerados, descansar planificando el futuro, ese maldito
invento de los físicos teóricos para tener en qué ganarse la vida, y que a
todas luces no existe, pues no hay más profecía que la decisión de hacer o
dejar de hacer. Y en ese juego de profecías autocumplidas, cumplí todos mis
temores y con creces. Ahora el río arrastra tu cuerpo, mientras tu alma viaja
en la barca de Caronte hacia el juicio de Hades, quien de solo ver la
luminosidad de tu esencia te eximirá de todo cuestionamiento, y te enviará donde
mereces estar.
Te perdí. ¿Se puede perder lo que no es de nadie? No lo sé, yo te
sentía mía, pero eras sólo de ti. En la tormenta de sensaciones y sentimientos
que me confunden y me bambolean, llegué a pensar que una parte de tu esencia me
pertenecía, y nunca me di cuenta que apenas obró como un préstamo, que desde el
principio tenía cláusula de término y fecha de pago. Como me atrasé, los
intereses y multas acabaron con lo poco que había de mí. Y heme aquí, mirando
tu cuerpo inerte viajando por el río, a sabiendas que lo justo sería que mi
cuerpo navegara y el tuyo siguiera viviendo: mas si hablamos de justicia, no sé
qué tan maravilloso pueda ser seguir en esta vorágine, en vez de descansar el
descanso eterno que desde siempre se nos ha prometido.
Te perdí. Te perdí porque te quise perder. Si no hubiera quebrado tu
cuello no te habría perdido, habrías seguido acá, lejos pero aún acá, y
abrigaría la esperanza de reconquistarte. Pero sabía que no te podía
reconquistar, pues jamás te conquisté: tú me conquistaste, y cuando logré
enamorarme de ti, ya era demasiado tarde. Te maté, porque así recibiré el
castigo que mi alma merece, el saberte inalcanzable por siempre; qué importa
haber truncado tu vida, si ello sirve para exorcizar mis demonios, mi demonio, mi
esencia.
Te perdí. Te perdí, pero no del todo. Mientras tu cuerpo viaja río
abajo hacia el mar o algo parecido, y tu alma viaja río arriba hacia el cielo o
como sea que se llame, yo viajo a ninguna parte con tus antebrazos en mi
mochila: no podría dejar de acariciar tus dedos, y entrelazarlos con los míos.