Pablo huía despavorido por la oscura calle. El temor a ser alcanzado
por la horda de salvajes que los seguían era suficiente como para superar el
cansancio y las dificultades que su cuerpo poseía, y seguir corriendo para
lograr salvar su vida. Pedro en cambio parecía estar a punto de rendirse: él
sabía, a diferencia de su hermano, que no importaba cuán rápido corrieran, en
algún instante los alcanzarían, y luego de un indescriptible sufrimiento, todo
acabaría.
Pablo y Pedro eran hermanos inseparables. Desde pequeños se
acostumbraron a hacer todo juntos, lo que al parecer no era bien visto por la
gente que los rodeaba, que desde siempre parecieron odiar a los hermanos. Ambos
jóvenes tenían personalidades muy diferentes, pero que al final del día terminaban
complementándose: mientras Pablo era aventurero, osado, valiente y a veces
hasta algo inconsciente, Pedro era mesurado, recatado, racional y bastante
reservado. Muchas veces Pedro había sido acosado sin ser capaz de reaccionar
frente a las agresiones, y Pablo había debido intervenir para protegerlo y
sacarlo del ambiente hostil; por su parte Pablo en más de una ocasión se había
metido en problemas con gente adulta por su actuar algo arrebatado y sin ser
capaz de medir consecuencias, debiendo intervenir Pedro para calmar las aguas y
alejar a su hermano de conflictos que no estaba en condiciones de enfrentar. Los
hermanos se entendían a la perfección, y ello estaba generando cada vez más
odio en el entorno que los rodeaba.
Esa mañana Pedro estaba siendo insultado por un bravucón, acostumbrado
a pasar por encima de todo y todos. El joven prefería simplemente mirar al piso
para dejar pasar las barbaridades que el matón le decía; sin embargo Pablo no
estaba dispuesto a ver cómo su hermano era vapuleado sin razón por un estúpido
que basaba su poder en su talla y su violencia. Cuando el bravucón se acercó
peligrosamente a Pedro, Pablo aprovechó la oportunidad y golpeó con violencia
al agresor, quien cayó al suelo golpeándose la cabeza y empezando a sangrar
profusamente. Eso fue suficiente para desatar la ira de los amigos del
bravucón, y de todos aquellos que por algún motivo odiaban a los hermanos; los muchachos
tendrían que huir rápido, pues la gente por fin tenía el motivo que necesitaban
para descargar su odio en ellos.
Pablo y Pedro huían a toda velocidad de sus agresores. Pablo sabía que
si no se preocupaban de sus perseguidores podrían salvarse; sin embargo Pedro
ya no quería seguir dando la pelea contra la vida que tanto los había
maltratado. Pablo estaba desesperándose por la actitud de su hermano, pues
ambos se necesitaban para sobrevivir: luego de un par de insultos, logró que
Pedro reaccionara y moviera rápido la pierna derecha, para él hacerse cargo de
mantener moviendo a toda velocidad la izquierda, y así salvar a los siameses de
una muerte segura.