Por en medio de la acera Joaquín caminaba arrastrando su bate de
madera por el suelo. La tristeza y la desilusión eran tales, que los gritos de
quienes circulaban a esa hora por la calle le eran indiferentes, llegando a
costarle escuchar más allá de su cabeza sus propios gemidos de dolor. De
improviso dos patrullas policiales se detuvieron bruscamente, una delante de él
y otra atrás, desde donde bajaron ocho policías que en el acto apuntaron sus
armas a su cabeza y le gritaron a viva voz que se rindiera, o lo matarían. Era
tal el sufrimiento, que de inmediato el rendirse dejó de ser una alternativa.
Joaquín estaba enamorado. Esa tarde se encontraría de nuevo con su
amor, aquella joven que había conocido por internet y que le había abierto su
corazón y su vida a través de la pantalla. Luego de semanas de conversaciones
día y noche, Joaquín supo que estaba enamorado, y que necesitaba conocer en
persona a ese avatar y esas frases que le habían permitido soñar nuevamente con
la felicidad. La joven era todo lo que él podía esperar, imperfecta como todas,
pero que expresaba a cada rato que su único norte era ser feliz, sin importar
lo que rodeara aquella confusa definición; Joaquín sabía que en cuanto se
vieran sería amor a primera vista, y que cualquier barrera quedaría de lado
entre ellos en el acto.
Cuando se conocieron, Joaquín quedó sorprendido. La foto de la
muchacha era muy parecida a ella, pero no era fiel representación de su imagen.
Su voz no era la que había creado para ella en su cabeza, sus gestos no se
parecían a los íconos que generaba a cada rato en la pantalla, y sus
expresiones le eran desconocidas; Joaquín sabía que ella era la mujer que había
conocido por internet, y pese a sentir que sabía todo de ella, ahora creía
estar hablando con una desconocida.
La noche de ese mismo día, cuando se conectó, apareció de inmediato en
pantalla el avatar del cual se había enamorado. Bastaron apenas dos líneas de
chat para reconocer al amor de su vida, ese que le daba la seguridad y la
tranquilidad para seguir viviendo pese a los embates de la existencia, y que
definitivamente nada tenía que ver con la mujer que conoció en el mundo real:
tal como le habían dicho que sucedería, y como temía que fuera cierto, ideal e
irreal tenían rima consonante más allá de la poesía. Pero el amor infinito que
sentía lo llevó a descubrir que todo tiene solución en la vida excepto la
muerte, más aún cuando ese todo estaba cubierto por el manto de un sentimiento
puro y mutuo.
Los policías seguían apuntando a la cabeza de Joaquín, quien parecía
no escucharlos. Su bate de madera con varios clavos de seis pulgadas
atravesándolo de un lado a otro se veía extremadamente amenazador; pero era la
sangre y el pequeño bulto sanguinolento en una de sus puntas lo que tenía ocho
armas apuntando a su cabeza. Joaquín entendió que la muchacha era el amor de su
vida, pero que su cuerpo y su mente impedían que él pudiera tener ese puro
corazón a su lado para siempre; así, no le fue difícil decidir que debía
desechar su envoltorio, para llevar consigo, ensartado en una de las púas de
acero de su arma, el corazón que tanto amaba, y que ahora deambulaba libre
junto a él.