Una delgada gota de sangre cayó del dedo de Mariana a la copa de vino
blanco. El licor levemente grisáceo de inmediato acogió la gota, primero como
una bola roja oscura que luchaba por mantener su integridad, luego como una
poderosa tinta que se diluía y dejaba rosado el contenido de la copa de
cristal. De un segundo a otro, el rosado contenido pareció agitarse a sí mismo,
para terminar convirtiendo el casi transparente líquido inicial en una inquietante
solución negra, maloliente, densa y viscosa. Mariana sonrió.
El nuevo edificio estaba a tres días de ser inaugurado. Luego de años
de lucha por conseguir que los nietos de los dueños vendieran el terreno, y de
más de quince meses de edificación llenos de contratiempos, por fin los
inversionistas podrían poner a la venta los cientos de oficinas contenidos en
la torre; si bien era cierto aún estaban en conversaciones con una empresa para
vender la torre entera para edificio corporativo, la demora tenía las
negociaciones a mal traer, por lo que tenían a la mano una estrategia de
mercadeo para vender uno por uno cada espacio construido.
El obrero miraba nervioso hacia todos lados. Aún no podía creer que le
hubieran pagado el sueldo de un año por permitir que una muchacha entrara al
último subterráneo del edificio por media hora, el mismo día de la
inauguración, y que la extraña joven no hubiera provocado ningún destrozo que
él debiera arreglar contra el tiempo. A los treinta minutos exactos la joven
salió del lugar, despidiéndose de él apenas esbozando una sonrisa; en cuanto la
joven pasó a su lado, el obrero bajó a ver qué había hecho la muchacha. Luego
de recorrer pacientemente todo el lugar, sólo pudo encontrar una estrella
dibujada con pintura negra en el piso, la cual podía esperar a la noche de ese
día para ser borrada con calma. A la distancia, Mariana volvió a sonreír.
El grupo de inversionistas estaba en pleno para la inauguración.
Quince meses antes se habían juntado formalmente en el lugar para enterrar bajo
la primera piedra, en la cápsula de tiempo, una caja con recuerdos que una de
las nietas había puesto como condición para concretar la venta del terreno;
ahora, la magnitud de la construcción había convocado a autoridades locales y
medios de comunicación, dándole a la ceremonia el marco que se merecían sus
autores intelectuales.
Mariana miraba a lo lejos la parafernálica escena. Mientras se
sucedían uno tras otro discurso, la muchacha sacó de su mochila la copa vacía,
y empezó a frotar su dedo aún húmedo con la sangre y el vino por el borde del
cristal, dejando escuchar un tenue y agudo sonido, que la muchacha disfrutaba
en soledad, y le ayudaba a hacer más llevadero el esperable dolor de cabeza que
sentía en ese momento. De pronto la copa explotó en su mano sin dañarla, al
instante en que el dolor de cabeza desaparecía por completo. Mariana sonrió por
última vez.
Después de terminar todas las intervenciones de las autoridades y
representantes de los diversos estamentos involucrados en la construcción del
edificio, llegó la hora del corte de la cinta. Mientras era colocada entre dos
pilares, y el organizador ponía sobre una bandeja una de las tijeras para
llevar a cabo la inauguración, una extraña vibración se empezó a sentir en el
suelo. De pronto todos comenzaron a notar dicha vibración en el piso, generando
un murmullo y la actitud nerviosa de varios asistentes; en ese momento el grito
de uno de los obreros alertó a todo el mundo, quienes vieron aterrorizados cómo
la torre empezaba a moverse en la misma frecuencia en que vibraba el piso. Segundos
más tarde, el edificio empezó a sonar tal como un diapasón gigantesco, para de
improviso empezar a colapsar sobe sí mismo, hasta terminar convertido en un
enorme cerro de desechos, justo por encima de la primera piedra.
Mariana se alejaba despreocupada del caos reinante. Luego de terminar
de demoler el edificio con la mezcla de su sangre con vino consagrado al
demonio, y ayudada por el cráneo colocado en la cápsula de tiempo quince meses
atrás, que no era otro que el de su bisabuela, la dueña de la casa, una vieja
bruja encargada de cuidar uno de los pocos templos del mal que quedaban en pie
en el mundo, podía seguir con su misión. Luego de encarnar en su bisnieta, y al
ver cómo su obra era vendida por sus nietos, ocupó el conjuro más poderoso que
podía usar en el plano físico para acabar con el edificio, para ahora empezar esos
otros conjuros, aquellos que llevarían las almas de los traidores de sus nietos
al reino eterno de sufrimiento de su dios. Mariana no podía parar de sonreír.