Si entras a este blog es bajo tu absoluta responsabilidad. Nadie asegura que salgas vivo... o entero. Si imaginaste que aquellas pesadillas interminables que sufrí­as de niño cuando te daba fiebre eran horrorosas, prepárate para conocer una nueva dimensión de la palabra HORROR...

miércoles, mayo 06, 2015

Raquel

La niebla avanzaba rauda sobre la ciudad, ocultando miradas, sonrisas, abusos y luces, dejando a la vida sumida en una suerte de brillante y húmeda oscuridad, que a su vez parecía suspender el tiempo en el segundo que cada cual estaba sufriendo en ese instante. En cualquier parte de esa nube de invisibilidad, Raquel caminaba paseando su coche cuna.

Raquel era una muchacha que se veía mucho menor y más inocente que lo que la realidad afirmaba. Su rostro casi angelical pero inexpresivo apuntaba siempre al frente, y sus claros ojos parecían no tener vida; aquellos que se cruzaban con ella en medio de la niebla, juraban haber visto un fantasma.

La niebla a esas alturas de la noche parecía tener vida propia: se movía entre edificios y arboledas, subía o bajaba antojadizamente, se concentraba en un lado de la calle y se disipaba en el otro, para luego cruzar e invertir la imagen, dejando a los pocos que deambulaban a esa hora sin saber a qué atenerse. Pero nada de ello parecía alterar a Raquel, quien seguía caminando y paseando su coche cuna.

Sentado a un lado de la realidad, apoyado en la muralla y comiendo un pan con algo, fruto de parte de las limosnas obtenidas en un día entero de deambular por entre los afortunados, un vagabundo descansaba sus hinchadas piernas y miraba el mundo de noche, ese mismo que le había quitado todas las oportunidades que alguna vez él había desaprovechado, y se sentía satisfecho de todo lo que le había sucedido, pues gracias a sus errores ahora dependía de la generosidad de los mismos que directa o indirectamente le habían cerrado las puertas alguna vez. Mientras devoraba lentamente su pan, vio como de pronto una niebla invadió el lugar en que se encontraba, acortando su rango visual a escasos metros, y sumiéndolo en un incómodo frío. En medio de esa extraña y fría niebla, la silueta de una mujer llevando un coche cuna casi lo paralizó, sin que la mujer notara siquiera su presencia, tal como casi todo el resto de la humanidad.

Raquel caminaba despreocupada llevando delante de ella el coche cuna. Esa misma despreocupación la había hecho cruzar en una esquina cincuenta años atrás, sin fijarse en el camión que aplastó y arrastró por al menos una cuadra su coche cuna y a su bebé de seis meses hacia la muerte y la destrucción. Desde ese entonces la vida de Raquel dejó de avanzar, dejándola congelada en los diecinueve años de vida, y condenándose a pasear para siempre a su bebé muerto. El vagabundo pudo ver, antes de huir despavorido, que la niebla se fue junto con Raquel, y que a la distancia tenía una inequívoca forma de un bebé gigante, revoloteando y conteniendo a su sufriente madre.