Gruesas gotas rodaban presurosas por su rostro, cayendo al vacío luego
de recorrer sus mejillas y su mentón. A esa hora no sabía si la lluvia o sus
lágrimas eran el principal afluente de ese húmedo torrente, que en nada se
lograba comparar con el descontrolado vendaval de ideas que se acumulaban en su
cabeza. Cuando pasó una de sus manos por su rostro para secarlo, el líquido
rojo que vio en ella le aclaró el origen de lo que estaba sintiendo.
La joven modelo había sido contratada para promocionar vehículos del
año en una automotora de lujo, ubicada dentro de un centro comercial de varios
niveles. La muchacha destacaba, además de su belleza, por su gran estatura, que
se veía mayor aún gracias a los tacos de quince centímetros que iban incluidos
en la tenida facilitada por la compañía. Su trabajo era pararse frente al
vehículo sin cansarse, y cuando aparecieran las cámaras, sentarse al volante y
mostrar el tablero y los interiores del mismo; pese a que lo suyo era la
pasarela, no le incomodaba participar en esos eventos, más aún a sabiendas del
sueldo que recibiría.
Faltando diez minutos para la presentación del vehículo, la modelo
empezó a retocar su maquillaje y a reordenar su peinado. En cuanto vio que el
espejo se movía con una suave pero persistente cadencia, se dio cuenta que
estaba temblando, y prefirió salir de la sala de maquillaje por si el
movimiento aumentaba mucho de intensidad. En la sala de exhibición se notaba el
nerviosismo en unos cuantos, que se acercaron de inmediato a las escaleras para
asegurarse una vía de escape, mientras otros seguían con sus actividades,
ignorando el leve temblor.
Un par de minutos después el temblor seguía igual de leve que al
principio, pero sin detenerse. De pronto un guardia se acercó nervioso al
organizador del evento, y le comentó a viva voz que fuera del centro comercial
no temblaba, por lo que había llamado a la policía y a sus jefes, quienes le
ordenaron suspender la actividad y evacuar a todos los asistentes y público en
general. De improviso las puertas de acceso al mal se cerraron brusca y
automáticamente, aislando el lugar. En esos momentos el temblor aumentó su
intensidad, provocando una estampida del público hacia las salidas, que sólo
logró aplastar a los más veloces contra las infranqueables puertas, presionados
por los más lentos que luchaban como todos desesperados por salir.
La joven modelo no entendía qué estaba sucediendo, y junto con sus
compañeras intentaba mantenerse alejada de puertas y vidrios. De pronto el
techo estalló en mil pedazos, provocando una lluvia de líquido refrigerante de
los sistemas de aire acondicionado, agua de las cañerías, y miles de trozos de
vidrio templado de distintas formas y tamaños, que empezaron a dar cuenta de
algunos, y lesionar de diversa gravedad a otros.
La muchacha limpiaba la sangre de su frente, producto de las esquirlas
que habían caído en su cuero cabelludo. Mientras ella miraba para todos lados
sin saber qué hacer, una brusca explosión en el suelo, justo por debajo de
donde se encontraban los modelos del vehículo que se presentarían en dicha
ocasión, la lanzó a ella, los vehículos, y al resto de quienes se encontraban
en el lugar, a metros de distancia, dejando a muchas gravemente heridas y al
resto muertas. La joven pudo incorporarse mareada, con la visión borrosa y los
oídos abombados. En el lugar en que estaba previamente, un ser enorme de forma
aparentemente humanoide y con una presencia que espantaba per se, pulverizaba
con su mente cada vehículo y a cada persona que llevara el nombre del modelo en
sus vestimentas. Instintivamente la joven se desnudó, salvando su vida sin
entender bien lo que estaba sucediendo; entre los escombros, el diseñador de la
marca agonizaba, mientras recordaba a aquel amigo medio esotérico que le
repitió una y mil veces que no había peor idea que utilizar el nombre del
demonio B’aal para denominar una creatura mecánica.