Con los pulgares puestos en la garganta de su víctima, sus
pensamientos anclados en su pasado, y con su alma apuntando a aquel futuro que
nunca fue, Macarena apretaba sostenidamente sus manos, esperando que los
rasguños y los espasmos se detuvieran de una vez y para siempre.
Macarena sabía lo que hacía,
pues esa víctima no era la primera. Su primer asesinato lo cometió a los
doce años, cuando logró tomar el cuchillo que el violador que la estaba
ultrajando había dejado en el suelo, e instintivamente lo enterró en su tórax:
el hombre cayó de lado presa del dolor, empezó a hacer varios ruidos
ininteligibles, para de pronto quedar inmóvil y empezar a botar abundante
sangre por la boca. Luego de huir del lugar fue acogida por un narcotraficante,
que la usó para transportar droga a cambio de protección, casa y comida. El
mafioso le enseñó de a poco a usar distintas armas para que pudiera defenderse
y proteger la mercancía, hasta el punto que la muchacha, a los catorce, se hizo
cargo de la protección de su protector hasta el día de su muerte, un año
después, en un tiroteo con la policía, mientras la muchacha se encontraba
bebiendo en un bar clandestino. Luego de vengarlo, asesinando a todos los
policías presentes en el operativo, la quinceañera se hizo la fama de sicaria
dentro del mundo del hampa, empezando a ser contratada por cualquiera dispuesto
a pagar por sus servicios. Cuando la chica contaba veinte años, ya llevaba
decenas de asesinatos por encargo a su haber, y una vida lo suficientemente
solventada como para no tener que volver a asesinar ni conseguir un trabajo
legal; en ese instante la mujer se dio cuenta que aparte del dinero, se había
hecho adicta a asesinar gente, por lo cual no dejaría su oficio, y vería
abultarse cada vez más sus cuentas corrientes y ahorros.
A los veintitrés, Macarena cometió un grave error: dejándose llevar
por su adicción al homicidio, aceptó un trabajo encargado por un muchacho que
no parecía ser mucho mayor que ella, con cara de desesperación, que juntó todos
sus ahorros para encargar la muerte de un traficante menor, que lo tenía
amenazado de muerte por haber impedido a su hermana adolescente acostarse con
él. Sólo una vez ejecutado el homicidio, la sicaria averiguó que su víctima era
el hermano menor de uno de los traficantes más poderosos del país, y que quien
le había encargado el homicidio no era otra cosa que un policía de incógnito,
infiltrado hacía poco en el medio. Desde esa fecha, y por orden del hermano de
su víctima, nadie más le hizo encargos a Macarena, sumiéndola en un cuadro
depresivo que la llevó a buscar ayuda por todos los medios existentes.
Macarena apretaba
sostenidamente sus pulgares en el cuello de su víctima. De pronto los rasguños
y espasmos se apagaron lenta y definitivamente, provocándole una sensación de
libertad que hasta ese instante no conocía. Luego de deambular entre médicos,
psicólogos, terapeutas alternativos y toda suerte de personas capaces de
ofrecerle ayuda, llegó a la oficina de una bruja que le ofreció la cura definitiva
a su adicción y la posibilidad de asesinar por última vez, por el mismo precio.
Media hora después de beber la pócima que le vendió la bruja, su alma salió de
su cuerpo, y pudo estrangularse para acabar de una vez y para siempre con su
adicción.