—No me gusta que me saquen de mi maldita rutina—dijo el hombre sentado
en el sillón.
—Eso ya no importa, las rutinas se acabaron para ti—respondió el
peluquero, mientras cubría con la capa a su cliente.
—Lo único que le pido a la vida es que me deje seguir la inercia, que
no me saquen de mi ciclo, de mi día a día—continuó el hombre, como si no
hubiera escuchado a su interlocutor—. Yo no soy flojo, si hay que rendir en el
trabajo se rinde, pero cuando me sacan del esquema…
—Lo sé, te descontrolas, te desordenas, no sabes a qué atenerte, y eso
te lleva a reaccionar mal—agregó el peluquero, mientras empezaba a rasurar al
hombre del sillón.
—¿A ti nunca te da rabia por nada?—preguntó el hombre al peluquero.
—Claro que sí, soy humano y también tengo días malos. El asunto es
cómo reacciono.
—¿Y cómo reaccionas?—preguntó nuevamente el hombre.
—La mayoría de las veces no hago caso, me preocupo de hacer bien mi
trabajo y en eso me concentro—respondió el peluquero mientras cortaba el
cabello del hombre—. Y si no estoy en la pega, me pongo audífonos y me voy
escuchando música, así no escucho lo que me puedan decir.
—Yo no podría… si alguien se mete conmigo, me tiene que responder y
dejarme conforme, o atenerse a las consecuencias—dijo el hombre del sillón—. De
verdad que no logro entender cómo es que no reaccionas.
—Yo reacciono, pero distinto a ti—dijo el peluquero.
—Pero es que no hacer caso o ponerse audífonos no es reaccionar.
—Tal vez no lo sea—comentó el peluquero mientras sacudía la capa de su
cliente para completar su labor—. Pero las consecuencias de tus reacciones no
tienen nada que ver con las consecuencias de las mías—agregó el peluquero,
mirando por el espejo a los ojos de su cliente.
—No me gusta…
—Estamos listos—dijo luego de un incómodo silencio el peluquero.
El hombre se puso de pie con dificultad. Sin fijarse en el resultado
del trabajo en su cabellera, empezó a caminar tan lento como sus músculos se lo
permitían. A su lado el custodio lo sujetaba para que no tropezara al caminar
engrillado de vuelta a su celda, luego que el peluquero rapara la zona del
cuero cabelludo en que iría horas más tarde uno de los electrodos de la silla
eléctrica.