Si entras a este blog es bajo tu absoluta responsabilidad. Nadie asegura que salgas vivo... o entero. Si imaginaste que aquellas pesadillas interminables que sufrí­as de niño cuando te daba fiebre eran horrorosas, prepárate para conocer una nueva dimensión de la palabra HORROR...

miércoles, julio 29, 2015

Peluquero

—No me gusta que me saquen de mi maldita rutina—dijo el hombre sentado en el sillón.
—Eso ya no importa, las rutinas se acabaron para ti—respondió el peluquero, mientras cubría con la capa a su cliente.
—Lo único que le pido a la vida es que me deje seguir la inercia, que no me saquen de mi ciclo, de mi día a día—continuó el hombre, como si no hubiera escuchado a su interlocutor—. Yo no soy flojo, si hay que rendir en el trabajo se rinde, pero cuando me sacan del esquema…
—Lo sé, te descontrolas, te desordenas, no sabes a qué atenerte, y eso te lleva a reaccionar mal—agregó el peluquero, mientras empezaba a rasurar al hombre del sillón.
—¿A ti nunca te da rabia por nada?—preguntó el hombre al peluquero.
—Claro que sí, soy humano y también tengo días malos. El asunto es cómo reacciono.
—¿Y cómo reaccionas?—preguntó nuevamente el hombre.
—La mayoría de las veces no hago caso, me preocupo de hacer bien mi trabajo y en eso me concentro—respondió el peluquero mientras cortaba el cabello del hombre—. Y si no estoy en la pega, me pongo audífonos y me voy escuchando música, así no escucho lo que me puedan decir.
—Yo no podría… si alguien se mete conmigo, me tiene que responder y dejarme conforme, o atenerse a las consecuencias—dijo el hombre del sillón—. De verdad que no logro entender cómo es que no reaccionas.
—Yo reacciono, pero distinto a ti—dijo el peluquero.
—Pero es que no hacer caso o ponerse audífonos no es reaccionar.
—Tal vez no lo sea—comentó el peluquero mientras sacudía la capa de su cliente para completar su labor—. Pero las consecuencias de tus reacciones no tienen nada que ver con las consecuencias de las mías—agregó el peluquero, mirando por el espejo a los ojos de su cliente.
—No me gusta…
—Estamos listos—dijo luego de un incómodo silencio el peluquero.

El hombre se puso de pie con dificultad. Sin fijarse en el resultado del trabajo en su cabellera, empezó a caminar tan lento como sus músculos se lo permitían. A su lado el custodio lo sujetaba para que no tropezara al caminar engrillado de vuelta a su celda, luego que el peluquero rapara la zona del cuero cabelludo en que iría horas más tarde uno de los electrodos de la silla eléctrica.