Cuenta una vieja historia, salida del recuerdo de los sin memoria, que
existe un pueblo rodeado de pequeñas granjas, donde vive una anciana hosca y
silenciosa sin antepasados ni descendencia, que se niega a morir porque dice
tener un trabajo que sólo ella puede llevar a cabo. El relato dice que la
anciana es propietaria de una granja donde lanza semillas por doquier, sin
importarle el destino de dichas semillas. Lo único que parece importarle es el
origen y el cuidado mientras aún son semillas.
Cuenta la historia que la anciana en cada luna llena lleva un puñado
de semillas escogidas al azar y lo deja sobre una mesita de piedra, donde la
luna baña las semillas, y renueva el ciclo de la vida. A la mañana siguiente,
la anciana lanza las semillas donde sea, y las deja crecer, morir, secarse o
ser devoradas por las aves sin distingo ni preocupación alguna. Al siguiente
día, la anciana emprende un viaje que dura veinticinco o veintiséis días, para
alcanzar a volver antes de la luna llena venidera.
Cuentan que una vez llegó un forastero al pueblo, y al conocer la
historia de la anciana, decidió desentrañar su secreto por simple curiosidad.
El día que la anciana inició su travesía, el forastero empezó a seguirla a
prudente distancia, para saber dónde iba y en qué consistía su viaje. Pese a
las dificultades, el forastero logró seguirle la huella a la anciana, quien
luego de ocho días llegó a una caverna de enorme entrada, pero que al parecer
se achicaba cada vez más y más, hasta apenas dar cabida a un humano de talla
normal y un animal de carga. El forastero debió utilizar todos los recovecos y
salientes de roca de la cueva para no ser descubierto, y lograr acceder al
secreto destino de la anciana. A los cuatro días de marcha dentro de la cueva
la anciana se detuvo y se sentó a esperar, justo frente a un sector en que la
cueva parecía crecer enormemente de tamaño.
El forastero miraba en silencio y a prudente distancia a la anciana,
quien no parecía tener apuro alguno. De pronto un leve temblor se dejó sentir,
que con el paso de los segundos empezó a aumentar de intensidad, acompañado de
un bramido que nacía de las entrañas de la roca, y que a ratos parecía generar
el temblor. Cuando la intensidad llegó al máximo, una sombra de forma humanoide
apareció frente a la anciana, quien traía consigo un grupo de entre cincuenta y
cien presencias opacas que parecían mirar al suelo con pena y desesperación. En
ese instante la anciana lanzó al suelo un puñado de semillas: desde ese momento
en más, las presencias opacas abrieron sus bocas en un grito silencioso, siendo
capturadas todas y cada una en cada semilla en el suelo. Una vez hubo terminado
el proceso, el demonio dio la vuelta y volvió a las entrañas del infierno,
mientras la anciana guardaba una a una las semillas con las almas de los
pecadores que en trece o catorce días encarnarían en plantas o aves, para
cumplir la fase final de su castigo y poder empezar a encaminarse al juicio
final.
Ah cierto, el forastero… dicen en el pueblo que nunca más supieron de
él; obviamente después de ver lo que vio, no quería saber
del destino de cada una de las semillas. Además, tenía que encontrar luego un
computador para escribirles el cuento…