El hombre despertó algo aturdido. Estaba
con los ojos vendados, atado de pies y manos, botado en el suelo de algún lugar
que no lograba identificar, y sin clara conciencia de cómo había llegado a esa
situación. Recordaba haber ido al estacionamiento de su trabajo al terminar su
jornada, que alguien estaba abriendo el auto de al lado del suyo por la puerta
del pasajero, y de pronto un fuerte dolor en su nuca que le hizo perder la
conciencia; desde ese momento recordaba movimientos bruscos de un lugar a otro,
voces ininteligibles y oscuridad, por sobre todo oscuridad.
El hombre intentaba moverse. En cada
intento se golpeaba con superficies alargadas, que parecían ser patas de sillas
o mesas, las que limitaban su movilidad a un mínimo posible. En sus momentos de
descanso se dedicaba a escuchar el entorno sin lograr escuchar nada, lo que lo
ponía cada vez más nervioso.
El hombre en un instante dejó de
moverse, y se preocupó de quedarse en su sitio y empezar a mover las muñecas a
ver si era capaz de soltar sus amarras. Luego de un largo rato de movimientos
de sus muñecas, sintió cómo las amarras empezaban lentamente a estar cada vez
más sueltas, hasta que en un instante logró deslizar una de sus muñecas dentro
del lazo y liberarse de las ataduras. De inmediato el hombre se sentó para
desatar las amarras de sus pies, para luego soltar la venda que cubría sus
ojos; en cuanto lo hizo, se llevó la sorpresa de su vida.
El hombre estaba sentado en el suelo,
sin amarras y sin venda, contemplando el living de su departamento. No entendía
cómo era posible que sus secuestradores lo hubieran llevado a su propia morada,
dejándolo entre las patas de la mesa del comedor. El hombre se dispuso a salir
de debajo de la mesa, pero sus piernas no respondieron; el hombre entonces
intentó moverse con sus brazos, los que tampoco respondieron, dejándolo
inmovilizado bajo la mesa de su comedor. En ese instante escuchó un ruido de
llaves en su puerta: su esposa venía llegando de vuelta del trabajo. De
inmediato el hombre intentó hablarle, pero su voz no se escuchó; además, la
mujer pasó por el lado de la mesa sin verlo, pasando de inmediato al
dormitorio. Algunos minutos después el hombre escuchó ruido en la cocina, luego
de lo cual la mujer volvió al comedor con una taza de té y un sándwich,
sentándose a la mesa. En ese momento el hombre notó con decepción que las
piernas de su mujer atravesaron su cuerpo sin sentirlo. Sólo en ese instante
cayó en cuenta que cuando lo golpearon en el estacionamiento había muerto, y ahora
su alma, por algún motivo que no era capaz de entender, estaba encerrada en el
living de su departamento hasta lograr encontrar una salida de ese plano
material.