Si entras a este blog es bajo tu absoluta responsabilidad. Nadie asegura que salgas vivo... o entero. Si imaginaste que aquellas pesadillas interminables que sufrí­as de niño cuando te daba fiebre eran horrorosas, prepárate para conocer una nueva dimensión de la palabra HORROR...

domingo, septiembre 15, 2024

Barrio

 La anciana había instalado su mecedora en la puerta de su vieja casa en un viejo barrio de la capital al cual aún no llegaba la modernidad. Sin centros comerciales ni multitiendas, la vida se abastecía de pequeños almacenes y tiendas que vendían productos específicos. Un bazar, una ferretería, una tienda de ropa de damas y otra de caballeros, un restaurante de comida casera, un taller que arreglaba de todo y una paquetería parecían suficientes para abastecer a la vieja población del sector. La vida parecía avanzar más lento en esa zona: la gente se movilizaba a pie, en bicicletas ya descontinuadas y en vehículos que serían de colección, si es que estuvieran bien mantenidos.

La anciana miraba a sus vecinos pasar mientras disfrutaba de un mate y de un libro que ya había leído innumerables veces. Todos en el sector se conocían, se saludaban, conversaban acerca de sus vidas, de sus temores y de sus tristezas; en ene sector de la capital no había copropietarios sino vecinos, y todos se encargaban de mantener la calidad de dicha relación.

Un vehículo del año, de alta gama, se estacionó frente a la puerta de la anciana, quien reconoció al conductor y a su acompañante. El conductor, hijo de una vecina del barrio, la saludó educadamente, mientras el acompañante sacó una carpeta, y sin siquiera saludar empezó a decirle a la anciana que traía una nueva oferta para comprar su casa y poder iniciar en el lugar un proyecto inmobiliario. El hombre le recordó que ya era la novena oferta, que ya no podía ofrecer más, y que sería recomendable que la aceptara, pues la vida estaba llena de imprevistos, que los accidentes sucedían de la nada, y que no quería que nada le pasara por no firmar la compraventa. Luego de terminar su discurso, la anciana le dio las gracias y le dijo que lo pensaría. Justo en la casa vecina otro anciano había abierto la ventana para dejar entrar el sol y escuchó todo. Una vez se fue el vehículo el anciano se sentó frente a su teléfono de disco, sacó una vieja libreta de cartón forrado y empezó a hacer algunas llamadas.

El empresario inmobiliario estaba incómodo, luego de viajar a ese barrio de mierda que interesaba a ciertos inversionistas, para nuevamente volver con las manos vacías. Al hombre le disgustaba la situación, pero al parecer debería tomar ciertas medidas para lograr la compra de la casa destartalada, y darle una señal al resto de los dueños que era buena idea venderle sus propiedades. De pronto el cielo pareció oscurecerse, cosa extraña en pleno verano a las dos de la tarde. El hombre se levantó para acercarse a la ventana: en ese instante una serie de imágenes humanoides transparentes empezaron a volar frente a sus ojos; el hombre no entendía lo que pasaba, y temió estar sufriendo un accidente vascular. Al intentar acercarse a su puerta ésta se cerró bruscamente frente a él, y las imágenes empezaron a pasar con más violencia por su rostro. Mientras el conductor del vehículo terminaba de limpiarlo, escuchó un ruido y un grito que se acercaban a él: instintivamente se alejó del auto, sobre el cual cayó pesadamente el cuerpo de su jefe, quien se había lanzado desde el piso veinte. A varios kilómetros de distancia, veinte ancianos despertaban de una siesta forzada que había cumplido su objetivo. A esa hora la anciana seguía sentada en su mecedora en la puerta de su casa.