La
muchacha caminaba tranquilamente esa mañana hacia su colegio. Ese
era el día más pesado de la semana, con las clases más tediosas y
los profesores más insoportables, pero no tenía de otra si es que
quería en algún momento de su vida entrar a la universidad para
poder tener un buen pasar una vez independizada de sus padres. El
esfuerzo era grande pero el objetivo final era mayor aún, por lo que
valía la pena cualquier sacrificio.
Esa
mañana estaba bastante helada. Sus delgadas piernas tiritaban a cada
paso, y su velocidad de marcha no era suficiente para calentar sus
extremidades, por lo que a cada paso el frío la invadía un poco
más. Las estrictas reglas del colegio establecían una falda sobre
la rodilla como uniforme y no permitían medias opacas, por lo que
las medias normales que usaba no eran suficientes para paliar el frío
de esa mañana. Definitivamente el día estaba empezando mal, y
probablemente terminaría peor.
Cinco
cuadras más adelante y el frío parecía estar empeorando. Su parka
forrada tampoco era capaz de mantener su cuerpo caliente, y pese a
llevar una primera capa gruesa y en suéter enorme, el frío ya le
estaba provocando dolor. De pronto la muchacha empezó a fijarse en
el resto de la gente que caminaba a esa hora por la calle: grande fue
su sorpresa al darse cuenta que la gente no andaba tan abrigada como
ella y nadie parecía estar sufriendo el mismo frío que ella. De
hecho a la cuadra siguiente se cruzó con un adulto que apenas andaba
con una delgada polera, y con una mujer con mini falda sin medias ni
frio.
Dos
cuadras más de marcha y la muchacha ya no podía caminar. Al seguir
avanzando se cruzó con dos o tres jóvenes de su edad con tenida de
colegio que se veían tanto o más congelados que ella. El dolor de
todo su cuerpo ya era intolerable, y no sabía a quién pedir ayuda.
Cincuenta metros más allá no pudo seguir avanzando; justo en ese
momento se cruzó con un muchacho de su edad quien se acercó a ella
para abrazarla y ver si así podrían tolerar un poco más el maldito
frío que los envolvía. Los muchachos alcanzaron a sentirse algo
mejor, pero no por más de diez segundos.
Los
estudiantes se quedaron congelados en la calle. La pareja abrazada
contrastaba con otros tantos que estaban botados en el suelo
enrollados sobre sí mismos, o que habían quedado congelados de pie.
Mientras tanto los adultos disfrutaban de una mañana primaveral. De
sus mentes se habían borrados los menores de dieciocho años: hijos,
hermanos, sobrinos, había desaparecido de sus memorias y de sus
vistas, pues los cuerpo congelados eran invisibles para los ojos de
los adultos. La deidad había decidido resetear a la humanidad,
eliminando las almas jóvenes y dejando sólo a las almas mayores,
que a partir de ese momento habían además quedado estériles: en
algo menos de cien años la raza humana desaparecería del planeta,
quedando a disposición de otra raza para aprovechar el planeta.
Luego la deidad decidiría qué hacer con las almas que casi
destruyeron su mejor creación.